Mujeres refugiadas emprendedoras en Sudáfrica

“Pasé tres años sin trabajo”, cuenta Joy Opara, madre de cinco hijos y refugiada de Nigeria que vive en Sudáfrica desde hace nueve años. Joy se dedicaba a la venta ambulante con su esposo, pero no podían pagar la licencia. “Me resulta difícil alimentar a mis hijos, pagar las facturas, pagar las cuotas escolares. Es doloroso”. Joy decidió cambiar su situación y se unió a la formación que imparte el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS); ahora es una alumna más en las clases de belleza que imparte el centro.
 
En Johannesburgo se encuentra el Centro Arrupe de Formación Profesional para mujeres de JRS, un lugar que ofrece capacitación vocacional a personas refugiadas, solicitantes de asilo y mujeres locales. Las alumnas y alumnos pueden asistir a clases de peluquería, belleza, informática e inglés, algunas de las actividades económicas que el mercado local absorbe con facilidad. Una formación que ofrece también el Centro Loyola en Pretoria. 
 
“El objetivo es dotarles de habilidades para que sean autosuficientes y obtengan un empleo”, afirma Tereda van Heerden, gerente de ambos Centros. Algunos participantes incluso comienzan sus propios negocios, lo que también crea nuevas oportunidades de empleo en la comunidad local. 
 
Desde Entreculturas apoyamos la labor de JRS, facilitando que las mujeres puedan emprender su propio negocio al terminar la formación. Para ello, les ofrecemos kits con materiales o herramientas, les ayudamos a resolver los trámites de su documentación y en apoyar financiera y logísticamente sus proyectos. 
 

La mayoría de las estudiantes que participan en el programa provienen de la República Democrática del Congo, Zimbabue, Nigeria y Burundi. De entre las dificultades que afrontan las mujeres que se han visto obligadas a abandonar su país de origen se encuentra la xenofobia, el racismo, la violencia sexual o de género, la crianza de los hijos como madres solteras, el desempleo, la explotación, las barreras del idioma o la dificultad inherente a los procesos burocráticos.
 
“Las mujeres pasan por mucho”, explica Ofentse, maestra de maquillaje. “El principal desafío que enfrentan mis alumnas es mirarse a sí mismas y encontrar su valor. Tienes que enfatizar que vale la pena poner en práctica sus habilidades, estar ahí afuera, hacer otra cosa”, subraya. La educación se concibe así como un resorte imprescindible para la integración de las mujeres en la comunidad: por un lado, la educación facilita el aprendizaje de las habilidades necesarias para ocupar un oficio; por otro, educar sobre el conocimiento de sus derechos hace posible que los reivindiquen. 
 
A pesar de los esfuerzos por lograr la inclusión sociolaboral de estas mujeres, muchas pueden llegar a tardar años en conseguir unas condiciones de vida sostenibles. Mujinga Tsuibwabwa Didi, peluquera formada a partir de la capacitación de JRS, ha estado esperando más de diez años para obtener el estatus de refugiada. “Es importantes estudiar, quedarse en casa no ayuda”, nos cuenta Mujinga. Su ejemplo pone de manifiesto la presión a la que se ven sometidas estas mujeres, que ven limitado su acceso al mercado laboral por su condición de solicitantes de asilo. 
 


 

Vanessa Wanzio, a pesar de haber sido recepcionista en un hotel en Sudáfrica, tampoco ha podido encontrar trabajo durante los últimos tres años. “Quiero tener mi propio negocio de manicura, masajes y maquillaje”, explica. “Es muy difícil porque los sudafricanos son los primeros”. Vanessa reconoce la importancia del apoyo de la comunidad que refuerza el Centro de Habilidades para Mujeres de Arrupe, pues le permite compartir los problemas que ella y sus compañeras enfrentan junto a otras mujeres.
 
Thato Masuku, trabajador social, describe así el trabajo que llevan a cabo: “Éste [Arrupe] es un centro de desarrollo, no solo les damos las habilidades. Les damos herramientas de empoderamiento: talleres, cómo iniciar un negocio, salud, higiene, asesoramiento en grupo para educarse con sus compañeros … Les ayudamos a ver quiénes son realmente y a ser autosuficientes”. Al fin y al cabo, el objetivo último de JRS y Entreculturas no es otro que acompañar a las mujeres en riesgo de exclusión social en el logro de una vida digna y sostenible.

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