Persona del JRS realizando visitas a domicilio en Beirut, Líbano. © JRS
En 2011, Nawal, antigua estudiante de matemáticas en Siria, se vio obligada a huir con su marido y su hijo a Líbano. Su familia era lo primero y quería protegerla como hiciera falta. Lo primero que hizo fue afanarse en encontrar trabajo. Llamaba a todas las puertas, preguntaba a cualquier persona con la que se cruzase y buscaba cualquier oferta de empleo por Internet.
El mayor temor de Nawal era la “soledad”: no soportaba encontrarse sola en un país desconocido y completamente distinto, sin la compañía de sus padres o de sus suegros. Muy afligida, Nawal recuerda sus primeros años en el Líbano de esta manera: “cuando me sentaba a solas, solía echarme a llorar y pensaba en lo que estaba ocurriendo en mi país. No entendía tal devastación, ni tampoco cómo había acabado aquí sin nadie”.
En ese momento Nawal no se podía ni imaginar el cambio radical que daría su vida y su trabajo tiempo después.
El apoyo psicológico del equipo de vistas a domicilio
La vida de Nawal cambió para mejor en 2014, al conocer al equipo de visitas a domicilio del Centro Frans ver der Lugt (FVDL), en Burj Hammoud, gestionado por el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) Líbano, nuestra organización socia en el país. A menudo iban a su casa y daban apoyo psicológico tanto a ella como a su familia en los malos momentos. “El equipo de visitas es como mi familia. Les confío mis problemas, mis necesidades, mis altibajos… Llevan cuidándome desde el primer día y ya conocen las etapas más relevantes de mi vida”, cuenta Nawal. La confianza que se generó fue hasta tal punto que Nawal asegura que una de las personas que la visitaba es como una “hermana” para ella, con la que no tiene secretos; una hermana que le da aliento y que celebra sus logros.
En 2016, Nawal le enseñó a Elizabeth, una de las trabajadoras sociales, un borrador de su propio relato como refugiada. Al principio, escribía para comprender su pasado y plasmar sus recuerdos; para ella, escribir consistía en despedazar lentamente sus pensamientos y ahondar en ellos, una autoindagación. “El primer escrito de Nawal me dejó boquiabierta. Estaba convencida de que su obra traspasaría lo periodístico y que la haría llegar muy lejos”, declara Elizabeth.
Tiempo después, Nawal contó al equipo de visitas a domicilio que había conocido a un periodista y que este le había ofrecido un puesto en un periódico libanés. Así fue como comenzó a realizar trabajos periodísticos como artículos, ensayos, entrevistas, biografías o reseñas literarias. Nawal no tenía experiencia como escritora pero, motivada por el equipo del JRS y por el jefe de su trabajo, perfeccionó su escritura utilizando recursos y páginas de Internet. Incluso la ONU utilizó una de sus obras en un acto en la Universidad de San José de Beirut en 2019.
Al plasmar sus relatos en papel, Nawal consigue canalizar su dolor y su sufrimiento, tanto es así que a veces llora cuando escribe. “El sufrimiento por el que pasamos me ha dado mucho de lo que escribir. La escritura me ha ayudado a dejar mi angustia atrás”, explica Nawal. Redactando, ha desencadenado su desarrollo personal y un cambio en su interior. Además, le permite ser consciente de que es dueña de su vida y quedarse con las enseñanzas de todas sus penalidades en los últimos años. Nawal ha sido muy valiente al recurrir a la escritura como canal de expresión pues, mediante la lengua, intentó conceptualizar todos esos pensamientos y sentimientos intensos que rondaban por su cabeza y su corazón. También ha demostrado valentía al compartir sus escritos personales con los demás.
COVID-19 y confinamiento
Con la llegada de la COVID, Nawal ha sufrido las duras consecuencias del último confinamiento. Tanto para ella como para su familia no poder salir de casa supuso un gran traspiés y la pandemia y sus consecuencias le afectaron emocionalmente. Entonces Nawal no dudó en acudir a Elizabeth y contarle por lo que estaba pasando. “Elizabeth ha sido una de las personas que me han apoyado y me han alentado durante estos tiempos difíciles. Algunas cosas solo se las cuento al equipo de visitas a domicilio. Sus palabras sanan mis heridas, las hacen desaparecer como si nunca las hubiera tenido”, añade Nawal. A pesar de no poder verla en persona, el equipo siguió en contacto telefónico con ella y le daba ánimos cuando se sentía mal.
“Cuando tenemos un problema, lo vemos como si fuera un monstruo gigante, pero al exteriorizarlo, pierde peso. No nos sentimos solos frente al problema”, así enfatiza Elizabeth la importancia de sincerarnos con los demás sobre nuestros problemas.
Sin duda alguna, vivir en situación de refugio es muy duro. Sin embargo, Nawal ha sido consciente de su fortaleza y su capacidad para adaptarse a las nuevas situaciones. Ahora, tiene autoestima y confianza en sí misma, además de ser una gran trabajadora. Ya no teme la soledad, al contrario, en ocasiones quiere estar sin nadie para recargar las pilas.
“Durante estos diez largos años como refugiada, me encontré en muchas situaciones difíciles, pero no me di por vencida. Y aquí estoy, hablando y riendo con vosotros. Descubrí lo fuerte que soy. Vivir sola, sin mis padres, durante todos estos años… No soy para nada una persona frágil”. Nawal llegó a Líbano con gran temor e incertidumbre, pero ahora su futuro está lleno de proyectos. El más inmediato, escribir un libro acerca de las mujeres y de sus dificultades en Oriente Medio.