En la parte más septentrional de Etiopía se sitúa Tigray, una región que limita con Sudán al oeste, y Eritrea al norte, país del que recibe casi 100 mil personas refugiadas acogidas en diferentes campos. La historia reciente de Tigray está marcada por un antes y un después que se produjo en noviembre de 2020. En ese momento estalló el conflicto que enfrenta hasta el día de hoy al ejército del Gobierno contra las fuerzas rebeldes y que tiene a la población civil (también a la refugiada) como las principales víctimas.
Antes de noviembre de 2020, los más de 96 mil personas refugiadas eritreas en Tigray estaban ubicadas en cuatro campos: Mai-Aini (que acogía a 21.682 personas), AdiHarush (32.167), Shimelba (8.702 refugiados) y Hitsats (25.248). Con el estallido del conflicto y ante una escalada de violencia en aumento, el gobierno etiope cerró dos de los cuatro campos al no poder garantizar su seguridad. Así es como las personas asentadas en Hitsats y Shimelba tuvieron que buscar refugio del refugio.
A mediados de marzo de 2021, 6.400 personas refugiadas eritreas fueron reubicadas en los campos de Mai-Aini y Adi-Harus que, si ya estaban al límite de su capacidad, con las nuevas llegadas se ha evidenciado la urgente necesidad de asistencia humanitaria y protección de su población.
El JRS Etiopía tuvo que paralizar durante tres semanas parte de sus proyectos en la región y poner al equipo a salvo hasta que la situación se estabilizó, dentro de la inseguridad que continúa existiendo. Junto a ellos, estamos evaluando la situación en los campos de Mai-Aini y Adi-Harus para dar respuesta a una crisis humanitaria que va en aumento.
Y es que las necesidades más básicas están sin cubrir en estos momentos. Comenzando por la escasez de refugios donde instalarse (se han construido refugios de emergencia en las escuelas, y centros de formación pero aún así es insuficiente), la falta de agua potable o la educación, que se ha interrumpido por completo. La población más vulnerable, como las personas con discapacidad, ancianos/as o niños y niñas no acompañados, cuenta con escaso apoyo y los proyectos de salud mental o intervención psicosocial son limitados. Además, se ha detectado un clima de desconfianza entre las personas refugiadas que ya habitaban los campos y las recién llegadas.
Población refugiada, de acogida y desplazados/as internos
Además de los refugiados y refugiadas de países vecinos, hay otros grupos de población que están en situación de vulnerabilidad, como son las personas desplazadas internamente y la comunidad de acogida. El conflicto y su enquistamiento han provocado el desplazamiento forzoso de la población local: son los que se conocen como refugiados/as internos.
A mediados de marzo de este año, se contabilizaron 28.500 desplazados/as internos asentados en el distrito de Tselemti Woreda, principalmente en las ciudades de Mai-Tsebri (25.966) y Embamadre (2.500 personas).
Atender a estos tres perfiles de población que están sufriendo directamente las consecuencias del conflicto es nuestra prioridad. Desde Entreculturas estamos apoyando al JRS Etiopía para atender a 5.500 personas entre refugiadas, desplazadas internas y población local, para satisfacer sus necesidades básicas:
- Alimentación: reparto de alimentos para garantizar la seguridad alimentaria.
- Higiene: repartiendo kits a mujeres y niñas.
- Refugio: repartiendo mantas, colchones y otros enseres.
- Prevención COVID: repartiendo material sanitario.
- Acompañamiento psicosocial: mediante terapias individuales y grupales.
La amenaza de la hambruna
La sombra de la hambruna es larga, y más cuando afecta a zonas empobrecidas que enfrentan conflictos violentos que se alargan en el tiempo. Según la ONU, más de 100 mil niños y niñas podrían sufrir desnutrición aguda grave en los próximos 12 meses, una cifra diez veces mayor en comparación con el número de casos promedio anual. Se estima que el 47% de las mujeres embarazadas y lactantes están desnutridas.
Si los peores pronósticos se cumplen, Tigray podría convertirse en la mayor crisis alimentaria en lo que llevamos de siglo. Para evitarlo, la asistencia humanitaria es fundamental.