©SergiCámara/Entreculturas
Sineyi es venezolana, madre y solicitante de asilo. Ahora vive en Valencia, donde desde hace unos meses está construyendo una nueva vida para ella y su hija, Sidney, gracias al acompañamiento del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), después de un camino lleno de dificultades. Su historia de vida la pudimos conocer durante la rueda de prensa de la campaña Caminos de Hospitalidad #SumoMiCamino. Una historia tan dura como la de las miles de personas refugiadas y migrantes que se ven obligadas a dejarlo todo atrás, empujadas por la guerra, los conflictos o la persecución.
Durante la presentación, Sineyi relata cómo tuvo que marcharse de su país en 2018 en un clima de gran inestabilidad política. Abandonó su casa junto a su hija con apenas un par de maletas y sin saber el país de destino al que se dirigían. Recuerda cómo salieron de madrugada, a escondidas, y cómo trataba de tranquilizar a su hija. “Vamos a estar bien”, le repetía en el autobús hacia la frontera con Colombia.
Uno de sus mayores miedos era el riesgo de un encuentro con grupos armados. “Cobran lo que llaman allá ‘la vacuna’ a todas las personas que se trasladan de un estado a otro”, nos explica. “Mi temor era mi hija, porque ellos toman a los niños, a los varones, para entrenarlos y a las niñas para prostituirlas. En el autobús le puse todas las bolsas que pude encima y recé para que no la vieran. Subieron cuatro hombres en dos ocasiones al autobús, diciendo: ‘lo que me guste, me lo voy a llevar’. Le quitaron el dinero al chófer. Pero logramos pasar y llegamos a la frontera con Colombia con el susto a flor de piel.”
«Tenía que entregar los documentos en la oficina de inmigración para poder salir a Colombia. [El oficial de inmigración] me dijo que ‘la niña no sale porque los hijos son de la patria’ y lamentándolo mucho los niños no pueden salir del país”, recuerda. “Me sellaron el pasaporte, el de la niña no. Yo empecé a llorar. Las dos maletas pequeñas que era lo único que habíamos podido sacar las dejamos tiradas a un lado porque mi prioridad era sacar a mi hija. Le conmoví el corazón al chico y me selló el pasaporte de ella. Fueron tres horas de angustia.”
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Tras su paso por Colombia, Sineyi y su hija tomaron rumbo a España “esperando que todo saliera bien y que no hubiese más angustias y más desesperanza”. Sin embargo, las cosas tampoco fueron fáciles. Desde su llegada a nuestro país en mayo de 2018, tuvieron que enfrentarse muchas veces a la incomprensión y a procesos lentos y complejos a la hora de solicitar asilo político. Además, la pandemia empeoró todavía más su situación económica. “Fueron tres años de angustia”, explica con la voz quebrada.
Todo cambió cuando contactó con SJM Valencia y entraron en el programa de Hospitalidad, que cuenta con una red de pisos de acogida para personas refugiadas, migrantes y solicitantes de asilo. “En dos meses en el piso de acogida me han hecho sentir que estoy viva, que somos profesionales y que podemos desarrollarnos”, nos explica. “En enero me quería morir porque no le daba salida a mi vida y hoy, de verdad, me siento viva y siento que puedo seguir, que puedo avanzar”.
Las personas como Sineyi y su hija, que han tenido que dejar todo atrás y que están en un momento de máxima vulnerabilidad, merecen todo nuestro apoyo para poder seguir con sus vidas. Desde la red de proyectos de Hospitalidad, que llevamos a cabo las obras sociales de la Compañía de Jesús, seguimos acompañándolas, ofreciéndoles refugio, oportunidades y esperanza en estos momentos complejos de crisis.