voluntariado en Kenia

Lucía en Kenia: su camino como voluntaria en VOLPA

Lucía Samaniego López estudió educación infantil, primaria y pedagogía terapéutica y trabajaba en un colegio en Madrid como tutora en el momento en el que decidió embarcarse en nuestro Programa de Voluntariado Internacional VOLPA. Desde Kangemi (Kenia), donde lleva a cabo su voluntariado desde hace 11 meses, nos habla sobre sus motivaciones y sobre su experiencia en el país. 

¿Cómo conociste el programa VOLPA y qué te llevó a tomar la decisión de emprender esta experiencia?

Conocí el programa VOLPA a través de una amiga que hace tres años se fue a República Dominicana a trabajar en un colegio de Fe y Alegría en el que atendían principalmente población migrada de Haití. Ir a visitar a Paloma en Santo Domingo me emocionó: ver cómo convivía con la cultura y como había hecho de ese lugar su hogar. Eso se quedó en mi corazón, hasta que un día rezando en la capilla y un poco confundida de lo que quería hacer con mi vida me vino la idea de escribir a VOLPA. Sin nada decidido, pero con mucha tranquilidad y seguridad en el proceso VOLPA, decidí escribir para apuntarme a la formación.

¿Cuál fue tu primer pensamiento cuando te dijeron que viajarías a Kenia?

Cuando me acercaba a la reunión en la que me iban a dar el destino estaba tranquila de que, después de un año compartido y en el que me habían ido conociendo, el lugar que propusieran sería bueno. Nairobi no coincidía con mis preferencias, porque yo había pensado en un lugar en el que se hablara español y, si pudiera, ser rural. Kangemi, el asentamiento en el que vivo en Kenia, tiene poco de rural y la comunicación se alterna entre el inglés, swahili y las distintas lenguas locales. Pero escuchar a Cristina describir el lugar al que me proponía ir me hizo deshacerme de esas preferencias y confiar en que Kenia sería el lugar donde tenía que ir. Recuerdo que las lágrimas aparecieron en mis ojos mientras me describía el colegio y los niños a los que acompañaría. Nada más salir de la reunión me descargué Duolingo para empezar adentrarme en el swahili.

¿Cómo han sido estos meses de experiencia VOLPA?

Este tiempo de Kenia ha estado lleno de emociones. Acercarse a nuevas culturas implica sorpresa por lo diferente, preguntas por lo desconocido, soledad cuando hay incomprensión en tu manera de entender, alegría cuando conectas con la gente. 

El principio fue cansado: conocer a la gente, el lugar, aprender a pedir ayuda y, a la vez, lleno de emoción y sorpresa. Momento de ojos abiertos. Cuando fueron pasando los meses empecé a sentir más parte del lugar: hay vecinos que se saben mi nombre, gente que me espera, que me echa de menos cuando no estoy. También empecé a mirar con otros ojos, ya no todo era tan bonito, hay cosas en el hacer que me despiertan preguntas, otras que me duelen. Momento en el que a veces necesitaba cerrar los ojos porque me costaba aceptar la realidad de mis vecinos. 

Ahora, más cercana al lugar, siento una alegría profunda, porque todo eso que fueron miedos se han convertido en buenos amigos, lugares que son casa, tradiciones que disfruto… Mis ojos se llenan de lágrimas otra vez, cuando pienso que llega al final. Son lágrimas de felicidad por todo lo compartido y lo afortunada que me siento de haber vivido VOLPA en Kangemi.

¿Tenías idea de cómo sería todo el proceso desde el primer día de formación VOLPA? ¿Qué has descubierto y cuáles están siendo los mayores aprendizajes?

La realidad es que el proceso VOLPA lo he vivido dejándome mucho en las manos de Dios, confiando que era Su plan que yo estuviera haciéndolo; me hice pocas ilusiones de cómo sería, más bien me dejé llevar. El proceso de estos casi 2 años ha estado lleno de aprendizajes. Durante el proceso de acompañamiento aprendí a compartir mis miedos, algo que no fue fácil. 

También a pensar las cosas con calma, las grandes preguntas de mi vida no las puedo decidir en un día, necesitan más tiempo de reflexión. También he aprendido a pensar menos como serán las cosas en el futuro y centrarse en vivir el presente; muchas veces, cuando nos proyectamos en el futuro, nos centramos en las cosas que pueden ir mal y se nos olvida todo lo que puede ser bueno. La gente de Kangemi me ha enseñado a dedicar tiempo de calidad a quien se cruza en mi camino, cuando llega una visita no hay nada más importante que acogerlo y pararse a saber cómo está. También he aprendido a quitarme la vergüenza, bailar o cantar si es lo que me apetece hacer. Y a dar las gracias en público y mirando a los ojos.

¿Podrías comentarnos en dónde específicamente te encuentras, cuál es tu función / cargo y con cuáles organizaciones aliadas a Entreculturas estás trabajando.

Vivo en Kangemi, un asentamiento informal cercano a la ciudad de Nairobi. Concretamente trabajo en varios de los proyectos que se amparan bajo el paraguas de St. Joseph the Worker Development Programme. Principalmente desarrollo mi labor en Upendo, un colegio en el que se da la oportunidad de estudiar a niños y niñas entre 6 y 12 años que por distintas razones no están yendo al colegio. Además, colaboro en una clase de educación especial del colegio de primaria que está en frente de Upendo y que es donde los alumnos de Upendo, una vez están preparados comienzan con la educación formal. También doy clases de español en la escuela de secundaria de los Jesuitas. Y por último, visito a enfermos un día a la semana a los que llevamos la comunión. Upendo es una escuela aliada con Fe y Alegría, y también se trabaja junto a Entreculturas a través de La LUZ de las NIÑAS. 

¿Cuál es el contexto social y político del lugar en donde te encuentras? ¿Cuáles son los retos que enfrenta la población en mayor situación de vulnerabilidad?

Kangemi es un asentamiento informal situado en la periferia oeste de Nairobi, Kenia. Se ubica junto a zonas de clase media y alta, lo que hace muy visible la desigualdad socioeconómica. 

En cuanto al contexto social, gran parte de la población vive en condiciones precarias, en viviendas de chapa u otros materiales frágiles, con acceso limitado a servicios básicos (agua potable, alcantarillado, electricidad). Kangemi acoge a personas de distintos grupos étnicos de Kenia, lo que enriquece la vida comunitaria pero también genera tensiones, especialmente en tiempos electorales. La mayoría de los residentes dependen de empleos informales: vendedores ambulantes, pequeños talleres, trabajos domésticos en barrios vecinos, transporte informal; lo que implica ingresos inestables.

En cuanto al contexto político, como muchos slums de Nairobi, Kangemi ha estado históricamente desatendido por políticas públicas estructurales aunque desde mi llegada aquí he visto como esto está cambiando y entre otras cosas, se han asfaltado varias de las calles. En épocas de elecciones, los líderes políticos suelen prometer mejoras en infraestructuras y servicios, pero las intervenciones sostenibles son escasas. Muchos habitantes no poseen títulos de propiedad, lo que los expone al riesgo de desalojos forzados y limita la inversión en mejoras habitacionales.

En cuanto a la población más vulnerable, podemos hablar del difícil acceso a la educación: muchas familias no pueden costear matrículas, uniformes o material escolar, lo que limita oportunidades futuras. Además, la mayoría de las familias viven en viviendas precarias que aumentan el riesgo de incendios, inundaciones y colapsos estructurales. Como contaba anteriormente, también es limitado el acceso a servicios básicos como son el agua potable, saneamiento deficiente y cortes de electricidad frecuentes. En cuanto a la salud pública, hay una alta incidencia de enfermedades respiratorias, diarreicas y de transmisión sexual, agravadas por la saturación de clínicas públicas. Por último, es importante hablar de la seguridad y violencia ya que es un contexto en el que la delincuencia, consumo de drogas y violencia de género son problemas frecuentes, exacerbados por el desempleo juvenil.

En resumen, Kangemi refleja la contradicción de una ciudad globalizada con un fuerte crecimiento económico, pero marcada por profundas desigualdades. La población más vulnerable enfrenta una combinación de pobreza estructural, falta de servicios, riesgos ambientales y exclusión política.

¿Cuál es la situación de la educación, su acceso y la calidad? ¿Qué retos a nivel educativo enfrenta la población que participa en los programas en los que estás trabajando?

En Kangemi hay escuelas públicas y privadas. Hay algunas escuelas públicas, con alta matrícula y aulas saturadas, y numerosas escuelas privadas, muchas dirigidas por comunidades religiosas o por ONG. La cercanía de escuelas no siempre garantiza acceso, ya que las familias deben priorizar recursos para alimentación y vivienda antes que para educación. Aunque la educación primaria es oficialmente gratuita en Kenia, las familias deben pagar uniformes, materiales como los pupitres o sillas, cuotas escolares, y según los alumnos van avanzando, la educación las tasas son más elevadas. Aunque la brecha en cuanto a género se ha reducido, niñas y adolescentes enfrentan más barreras, como matrimonios tempranos, embarazo adolescente o carga de trabajo doméstico.

En cuanto a calidad de las infraestructuras, es limitada: las aulas suelen ser pequeñas, con mala ventilación e iluminación, baños insuficientes y sin acceso estable a agua. El ratio profesor-alumno es alto: en las aulas hay más de 50-70 estudiantes por docente. Existe escasez de recursos: falta de libros de texto, laboratorios, ordenadores y material didáctico.

En cuanto a la población que participa en los programas de St Joseph the Worker, podemos hablar de deserción escolar temprana: los alumnos dejan la escuela por falta de recursos, para trabajar en la economía informal o por embarazos en la adolescencia. También es frecuente el bajo rendimiento académico causado por hambre, fatiga, niños que trabajan después de clase, y estrés por condiciones de vida precarias. Además existe una gran brecha digital, la mayoría de hogares no tiene acceso a internet ni dispositivos electrónicos.

Por otro lado, muchos de nuestros alumnos y alumnas enfrentan violencia doméstica, inseguridad comunitaria y falta de apoyo familiar para priorizar la educación. La inclusión de niños con discapacidad es muy limitada, con escasa infraestructura accesible y pocos docentes formados en educación inclusiva. Por último, la transición a secundaria y educación superior no está garantizada; aunque muchos logran terminar la primaria, un porcentaje bajo accede a secundaria, y mucho menor aún a la universidad o formación técnica, por razones económicas.

¿Qué te llevas de esta experiencia? ¿Cuáles esperas que sean tu aporte y tu aprendizaje en este nuevo contexto?

De esta experiencia me llevo muchos aprendizajes. Verme inmersa en otra cultura me ayuda a ver que mi manera de vivir no es la única y que hay mucho que aprender de otras realidades. He aprendido a vivir más en el día a día, dejando de mirar a muy largo plazo. He aprendido a dedicar tiempo de calidad a las personas que tengo al lado, escuchar mirando a los ojos. He aprendido a dar las gracias, si es necesario en público y reconocer el bien hacer de los demás. También he descubierto muchas realidades en las que no se garantizan los derechos humanos y del niño, algo que me empuja a querer seguir trabajando por el cambio. Algo de lo que no quiero olvidarme y me gustaría mantener muy presente en mi vida.

En cuanto a mi aporte, hubo un momento al principio de la experiencia en el que me agobié porque veía que mi tarea no era mucho y sentía que no estaba haciendo lo que había venido a hacer. Sin embargo, pasado el tiempo entendí que lo más importante de mi presencia aquí no es tanto mi tarea como mi relación con la gente con la que convivo. Con los adultos siento que nos sirve mutuamente para deshacernos de prejuicios de “hombre blanco”  “hombre negro” nos sirve para descubrirnos como personas, con intereses parecidos, vivencias muy distintas y sentimientos similares. 

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