Soy VOLPA en un lugar donde se levanta el polvo al pasar. Donde es constante el paso de los camiones y siempre se escucha el sonido de las bocinas de los coches.
Es un lugar donde el calor quema y las lluvias apenas duran unos minutos, suficiente para inundar las calles y mantener la vida que aquí crece. De fondo, los cantos de las aves de distintas especies se mezclan unos con otros. Soy VOLPA en un lugar donde siempre hay sitio para uno más, donde se bromea antes de saber tu nombre y donde te brindan café en cualquier momento del día. Un lugar donde Dios está en boca de todos, donde se alaba y se da gracias por ello.
Soy VOLPA en un país en vías de desarrollo, donde las diferencias sociales entre ricos y pobres son cada vez mayores. Pero todos se mueven al ritmo del merengue y las situaciones difíciles las convierten en bachata.
Este lugar es Lechería, un pequeño Batey a unas horas de Santo Domingo, la capital de República Dominicana. Una isla en mitad del Caribe. Una autopista separa el barrio del Batey, una línea divisoria entre la sociedad y sus márgenes. Al otro lado empieza Lechería, un asentamiento que creció en la época de la caña de azúcar, donde la población es mayoritariamente de inmigrantes haitianos.
Aquí colaboro con Fe y Alegría, una organización encargada de dar una educación de calidad a los sectores más necesitados del país. Soy Paloma y soy VOLPA.
Llegué aquí hace cuatro meses, pero la realidad es que he terminado de adaptarme hace poquito, o por lo menos esa es mi sensación. Al principio todo el mundo decía que me estaba adaptando muy rápido y muy bien, pero yo tengo el sentimiento de que acabo de llegar. Como todo, al principio hubo muchas cosas que me chocaron, pero la más importante y a la que más me ha costado adaptarme ha sido la sensación de falta de libertad.
Mires donde mires, hay un cerrojo, una reja, un alambre de espino, unos barrotes. La puerta de casa siempre tiene que estar cerrada y en todos lados hay candados. Esta es una de las situaciones a las que más me ha costado y todavía me cuesta acostumbrarme. No poder caminar por la calle a partir de ciertas horas o tener que ir acompañada a algunos lugares, me ha hecho valorar la seguridad con la que siempre he vivido, pues aquí no me suelta la sensación de estar encerrada en todo momento y en todo lugar.
Esta fue una de mis primeras prioridades, encontrar momentos de libertad. Por eso disfruto mucho de ir a la escuela en bicicleta, de las ventanas sin barrotes y de poder estar bajo el techo de casa, donde el horizonte se amplía un par de techos más allá.
Aquí hacen algo muy cultural que me gusta mucho, por las tardes sacan sillas de plástico a las calles. En todas las casas hay sillas de plástico para todas las personas, para que siempre quepa uno más, por las tardes se sientan y simplemente están juntos todos los vecinos y la gente que se quiera sumar. Muchas veces hablan y otras hay que estar en silencio, nada más.
Y es que aquí la vida, aparte de ser vivida, también se contempla. Y es una de las cosas que más disfruto. Aquí he comprobado que el encuentro existe cuando hay amor de por medio. Cuando una persona busca amar y la otra busca ser amado, aunque todos buscamos las dos, pues todos hemos sido creados para eso, para amar y ser amados.
En ese momento tiene que haber un espacio donde poder encontrarnos, ese primer espacio para todos nosotros es la familia y el segundo es la escuela. Aquí la familia muchas veces no es ese espacio donde amar y ser amado, por lo tanto pasa a ser la escuela y la escuela en este caso funciona como refugio. Es donde a los niños se les permite verdaderamente ser niños.
Otra de las cosas a las que tuve que hacer frente cuando llegué aquí fue el sentimiento de soledad. Pero la gente con la que convivo ha sido un punto de partida para encontrarme con otros, porque al final convivo con personas que están en la misma situación que yo y poner esto en común ha sido también una manera de convivir, de compartir y de conocernos.
Ha sido muy bonito y a la vez un proceso largo y duro, porque aprender a estar solo es complicado, o por lo menos para mí lo ha sido. Pero estoy muy orgullosa del camino hasta aquí y muy contenta. La verdad es que ahora mismo disfruto mucho de los momentos a solas, estoy disfrutando mucho de todas las oportunidades de encuentro que me está dando esta experiencia.
Y lo mejor de todo es que todavía me queda un tiempo por aquí, así que espero que nos podamos seguir encontrando. Y a partir de ahí, pues ser y estar para los demás y con los demás, que es lo importante. Hasta pronto.