Hoy se cumplen 25 años del inicio del genocidio ruandés. No hay cifra oficial, pero se estima que al menos 800.000 personas fueron asesinadas en el intento de limpieza étnica de la población tutsi durante 1994. Nadie se atreve a poner un máximo, porque lo cierto es que la cifra es incalculable. La brutalidad de los hechos no han impedido, sin embargo, que tras el genocidio se comenzara a caminar hacia la reconciliación de un país herido y dividido.
María Prieto, coautora del libro, junto con Ángela Ordoñez, Pilar Úcar y José García de Castro, “Ruanda se reconcilia. Historias de paz y perdón”, ha estudiado de cerca el caso ruandés y nos habla de justicia, verdad, y de no olvidar, para no repetir.
¿Cuál de las 7 historias que recoge el libro te ha impacto más?, ¿por qué?
A mí personalmente, la de los estudiantes de secundaria de Nyange. Me impresionó la valentía de los estudiantes, su coraje para proteger la vida de sus compañeros arriesgando la suya, su deseo de reconocerse todos como iguales, de dejar de hacer distinciones. Es una historia de heroísmo.
¿Por dónde se comienzan a poner los cimientos de la paz y la reconciliación en un país donde ha habido un genocidio?
Por donde comienzan todos los procesos de reconciliación: primero, sacar a la luz la verdad, y después, hacer justicia. Como decimos en el libro, mediante la verdad la sociedad reconoce la magnitud y la dimensión de lo ocurrido, identifica a los responsables y evidencia lo que la violencia ha causado en individuos y en comunidades. Esclarecer quién hizo qué y por qué es esencial para la justicia. Mediante la justicia se reconoce la responsabilidad de los que usaron la violencia y la compensación que merecen las víctimas, todas las víctimas del conflicto. Las víctimas deben ocupar un puesto preferente en todo el proceso de reconciliación. Los procesos de justicia eficaces reconocen el sufrimiento de las personas, incrementan los sentimientos de seguridad y recrean un equilibrio en las relaciones entre los dos grupos. El mensaje que le llega a la víctima cuando se hace justicia tras la agresión cometida es “tú eres importante, tu sufrimiento es importante, lo que pasó no debería haber pasado, no fue justo ni merecido”, y la asimilación serena de este mensaje hace posible el comienzo del camino hacia la reconciliación.
Actualmente hay jóvenes de 25 años que no habían nacido cuando se produjo el genocidio, ¿cómo perciben ellos/as esa parte de la historia de su país?, ¿se trabaja de igual forma la reconciliación con ellos/as que con sus padres/madres?
Hay algunas iniciativas que se dirigen a los más jóvenes; algunas por parte del gobierno (aunque han sido cuestionadas por suponer un cierto “adoctrinamiento” en la versión oficial de la historia), y otras de asociaciones o fundaciones privadas, centradas en evitar la transmisión intergeneracional del odio. Los jóvenes, como todos, tienen muy presente el genocidio y el empeño en evitar que algo así vuelva a ocurrir, “never again” es una expresión común en todos los monumentos conmemorativos que hay a lo largo del país.
Teniendo en cuenta el ejemplo ruandés, ¿cómo se construyen los discursos del odio y cómo crees que se pueden combatir?
Hay varios elementos que llevan a incubar el odio y el miedo; entre ellos, me parecen especialmente importantes los discursos que separan un “nosotros” y un “ellos” y que polarizan a los dos grupos, viendo al propio grupo como “el bueno” y la víctima, y al otro como “el malo”, depositario de todos los defectos y maldades, el culpable de todo nuestro sufrimiento. En mi opinión, es fundamental evitar la distorsión en la imagen del otro, evitar la visión deshumanizada del otro, es fundamental cultivar la empatía, la capacidad para ponernos en el lugar del otro, y recordar lo que nos une, las características comunes, lo que nos acerca, y no tanto lo que nos separa.