Desde pequeña he sido sensible al hecho de que hay muchas, demasiadas personas en el mundo que viven injustamente en condiciones muy duras: marginadas, excluidas, en medio de la violencia, en la escasez de recursos económicos y de oportunidades… y he sentido que debía y quería hacer algo para ayudar a transformar esas realidades. He tenido la suerte de haber disfrutado de las oportunidades necesarias para poder desarrollarme personal y profesionalmente y, apuntándome a VOLPA, quería devolver a la sociedad parte de lo que ésta me ha dado en ese sentido, y comprometerme con las personas y grupos de personas a las que injustamente privan de esas oportunidades.
He estado en Guatemala desde enero de 2016 hasta finales de febrero de 2017. Lo que he estado haciendo aquí cada día es, ante todo, conocer otra realidad, otra cultura, otra forma de interpretar la vida y de vivir muy diferentes a la que estaba acostumbrada, pues vivía en Santa María Chiquimula, un pequeño municipio rural e indígena del altiplano guatemalteco. Además de eso, colaboraba con el programa de salud de la parroquia. Lunes, martes y miércoles participaba en el Programa Educativo Materno Infantil (P.E.M.I) destinado a prevenir y paliar la desnutrición infantil en el municipio. Guatemala es el país con la tasa más elevada de desnutrición infantil de las Américas y el municipio de Santa María cuenta, a su vez, con una de las tasas más altas del país. Llevábamos un control del peso y la talla de los niños y niñas inscritos en el programa, educábamos a las madres en temas higiénico-sanitarios y nutricionales y repartíamos alimentos para mejorar la dieta de los niños y niñas y de sus familias. Jueves y domingos atendía la farmacia social de la clínica parroquial, también ayudaba a elaborar preparados medicinales y cosméticos naturales a base de las plantas medicinales de la granja escuela donde residía.
Alguna dificultad que otra, como en todo, siempre hay, sobre todo teniendo en cuenta que de repente me encontré sumergida en otra cultura muy diferente, con una lengua madre diferente (maya k’iche’), pasé de vivir en un ambiente urbano a un ambiente rural y, por supuesto, sin la gran mayoría de las comodidades a las que estaba acostumbrada. Sin embargo, siento que VOLPA ha sido un gran regalo. Una experiencia positiva, hermosa, dura. Un encuentro que no deja indiferente, que transforma, que deja una huella de amor, y que prende un fuego de compromiso y defensa de los más vulnerables y de reivindicación de justicia social.
¿Lo que más me ha gustado? Sin duda, las personas que he tenido la suerte de conocer y de compartir con ellas sus historias de vida, su fuerza, su dignidad. Han sido un gran ejemplo para mí. Descubrir la belleza que existe también en las circunstancias más duras, donde se nos dice y pareciera que solo hay escasez, desgracia, olvido… Junto a eso hay tantas cosas hermosas y dignas de admirar que es una pena que pasen desapercibidas para la gran parte del mundo.