El Artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, firmada por todos los países del mundo en París en 1948, establece que «toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado» y que, además, «tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país».
Sin embargo, en la práctica, aunque todas las personas tengan derecho a movilizarse, en el marco legal internacional aún no se ha reconocido la migración como un derecho. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), “a nivel general, hay cinco tipos principales de factores que inducen a migrar: los factores económicos, demográficos, sociales, políticos y ambientales”.
En su visita a Entreculturas, Julio Villavicencio, Director del Servicio Jesuita a Migrantes de Argentina y Uruguay (SJM ARU), nos habló sobre cómo se da y aborda el proceso migratorio en estos dos países. Además, afirmó que, desde su experiencia, “las migraciones no son sólo territoriales, sino también en el tiempo. Uno migra de una edad a otra, de una cultura a otra, y de una opción a otra. Los grandes maestros y maestras son las personas migrantes y los refugiados”.
Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) a junio de 2022, en Argentina residían 15.914 personas refugiadas, solicitantes de la condición y 165.102 personas que necesitaban protección internacional. Mientras que, a junio de 2023, Uruguay acogía a 51.503 personas forzadas a huir y apátridas.
¿Cómo ha sido el trabajo del Servicio Jesuita a Migrantes en estos dos países?
El trabajo de SJM en Argentina, en Uruguay, tiene cosas similares y otras muy diferentes. Los contextos económicos son muy distintos. Argentina tiene una gran inflación acumulada y ahora una suerte de giro político que ha cambiado muchísimas de las pautas en cuanto a acceso a seguridad social y acompañamiento de las personas más vulnerables.
Se accede rápidamente al trabajo, pero a veces los salarios son muy bajos y no permiten que una familia pueda tener un lugar habitacional donde vivir, sino que van sobreviviendo en pensiones o habitaciones.
Entonces, creo que tanto en Argentina como Uruguay los desafíos laborales y de la vivienda se comparten. Aunque los contextos son distintos y el tema político condiciona la manera en que se abordan los procesos de integración.
¿Cómo es el contexto y la realidad de las migraciones tanto en Argentina como en Uruguay?
El contexto y la realidad de las migraciones en Argentina y Uruguay tiene algunos aspectos similares y otros distintivos o diferentes. Las migraciones tal vez deberíamos dividirlas por etapas históricas, porque son muy distintas las que se vivieron al final del siglo XIX, las de mitad del siglo XX y las que presenciamos en la actualidad.
Ahora estamos abordando la migración contemporánea o actual y la migración forzada. Esta última, que estamos acompañando nosotros, sobre todo es una migración latinoamericana, pero ya no tanto de países limítrofes, sino también de países que están con crisis humanitarias, de gobernanzas políticas o incluso de violencia.
En ese sentido, una de las mayores poblaciones que recibimos, tanto en Argentina como en Uruguay, es la población venezolana. Luego, tenemos otros grupos menores, pero también con muchísima necesidad de protección internacional, como son poblaciones colombianas, haitianas y cubanas.
Incluso hay mucha migración de Argentina y Uruguay. Entonces, también acompañamos esos tránsitos o pasos, porque tenemos presencia en los dos países. Pero, es de resaltar que las dinámicas políticas y económicas de la región hacen que los flujos varíen de manera rápida.
¿Cómo ha sido el abordaje, sobre todo para los niños y las niñas migrantes, tanto en Argentina, como en Uruguay?
Particularmente es bastante preocupante la situación de las infancias en el proceso migratorio, tanto para niños como para niñas, porque hemos descubierto que las personas o las familias que van llegando, tanto a Argentina como a Uruguay, tienen trayectos largos de desplazamiento.
Muchas veces han salido de su país de origen hace varios años y han ido pasando por distintos países. Y, en estos procesos, la infancia ha sufrido mucha escolarización fragmentada. Un año estudiaron en algún país, otro año en uno diferente y, a veces, hasta medio año en un país y medio año en otro. Entonces, cuando llegan a la Argentina, integrarse al sistema educativo es desafiante, es complicado, tanto en términos de educación como de procesos identitarios.
Por ello, trabajamos mucho el tema de la integración y la interculturalidad, pero, también es verdad que tenemos presente que dentro de esos procesos migratorios han existido muchas vulneraciones a sus derechos. Por ello, brindar acompañamiento psicológico para infancias también ha sido otra de nuestras líneas.
¿Cómo ha sido el proceso migratorio de las mujeres y niñas que acompañáis?
Es un perfil bastante complejo para la integración, porque al tener niños o niñas pequeños, poder tener tiempo para integrarse a un trabajo formal es muy difícil. El tema de los cuidados también es un desafío, porque si consiguen trabajo, ¿con quién dejan al cuidado los menores, para que ellas puedan desarrollar un ingreso para su sostenimiento?
Todo esto nos ha enseñado a cómo se hace una entrevista cuando hay situaciones de violencia basada en género o algunas experiencias de abuso, pero también a cómo acompañar en esa integración y desarrollar herramientas de integración que permitan una capacitación para emprendimiento.
Por ello, diseñamos el proyecto ‘Soy refugio’, donde mujeres solas, con menores a su cargo, puedan tener espacios de capacitación en algunos oficios, especialmente en el de costura y en el plasmado de imágenes en las telas.
¿Qué otros proyectos lleváis a cabo desde el SJM Argentina y Uruguay?
Tenemos los proyectos de empresas interculturales, para poder formar a las empresas en esta visión de la migración, pero al mismo tiempo para que vean lo positivo de incorporar personas migrantes en sus equipos. Además, tenemos nuestros proyectos de Círculo de Mujeres.
Tenemos proyectos de vida comunitaria para que las mismas comunidades puedan desarrollar proyectos para la integración. Además de las escuelas de idiomas para personas que no son de idioma español, como, por ejemplo, puede ser la familia haitiana.
Y, por último, tenemos también nuestros talleres de educación que tienen que ver con la sensibilización de las comunidades de acogida sobre el tema migratorio y refugio, para prepararlas para la integración y la acogida.