*Kateryna se aferra a sus hijos. Son su esperanza y con quienes ha podido huir a Polonia. El resto de su familia, su marido y sus padres, se ha quedado en Ucrania: su madre en Jerson, su padre en Pogopraj y su marido en Kiev. “Lo más difícil es que no estamos juntos”, nos cuenta visiblemente emocionada.
En Jerson también vivía ella con sus hijos y su marido. “Vivo en un bloque de pisos y mis ventanas dan al pueblo de Chornobaivka”. Habla en presente, aunque ahora mismo se encuentra en las instalaciones del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) Gdynia, Polonia. JRS, nuestra organización socia en Ucrania, Polonia y otros países fronterizos, ofrece acogida y acompañamiento a las personas desplazadas y refugiadas por el conflicto.
Situada al sur de Ucrania, Jerson tiene uno de los puertos más importantes del país, un lugar estratégico que fue ocupado tres semanas después del inicio de la guerra. Actualmente, según las autoridades ucranianas, más de la mitad de la población ha abandonado la región.
La huida de Kateryna con sus hijos y su marido fue complicada y el miedo se percibe en sus palabras. “Nos acogieron unos buenos amigos en su casa, que tiene sótano y garaje. Ahí estuvimos casi una semana escondidos. Había combates en ese momento al otro lado del puente de Oleshka”, cuenta.
La ciudad estaba rodeada e intentaron salir por varios sitios sin éxito. Al final lo consiguieron, y los cuatro lograron dejar atrás su ciudad. Se despidieron de su marido, que se fue a Kiev, y los tres continuaron su huida para ponerse a salvo fuera del país.
“Los niños han dormido al raso, sin comer. Es un miedo que es difícil de transmitir, es imposible expresarlo con palabras”. Ahora, en Polonia, lo que más valora de la acogida de JRS es que tienen un techo en el que estar, comida y un lugar donde lavarse. Sus hijos están a salvo y se sienten cuidados. Sin embargo, la preocupación por los que se han quedado en Ucrania no se disipa: su marido, con quien tiene contacto diario y teme que tenga que entrar en combate, y sus padres, que no tienen acceso a medicinas y se enfrentan al encarecimiento de los alimentos. “La comida cuesta 3 o 4 veces más”, asegura.
A esto se suma la preocupación por el futuro de su hija e hijo, sobre todo en lo relacionado con sus estudios. Ni su hija mayor, que estaba en el primer año de universidad, ni el pequeño, en el instituto, tienen posibilidades de continuar con sus estudios. “Para la mayor es muy importante porque ella ya tiene una carrera para el futuro, ya ha decidido lo que quiere hacer con su vida”, se lamenta.
En estas circunstancias es difícil mantener la esperanza, pero Kateryna no se rinde. “Siempre hay esperanza. Tenemos esperanza en que Jerson siga siendo parte de Ucrania y poder reunirnos con nuestras familias lo antes posible”.
*Nombre ficticio para proteger su identidad.