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Beatriz Zapata – VOLPA en R.D. Congo

Ella es Beatriz Zapata, tiene 27 años. Trabaja como tutora y maestra de francés, terminó el Máster de Educación para el Desarrollo el año pasado, en Sevilla. Junto al profesor que le tutorizó el Trabajo de Fin de Máster, y siguiendo con esa investigación, avanzarán en un Doctorado en el ámbito de sociología de la educación.  

Como afirma la propia Beatriz, «no solemos ser tan diferentes al fin y al cabo, como a casi todo el mundo, me gusta compartir mi tiempo, pasarlo con las personas que quiero y conocer a otras nuevas, leer, el cine, dibujar, escribir, hacer deportes de riesgo (escalada, buceo, snowboard…), viajar (pero no «hacer turismo») y aprender casi cualquier cosa nueva que tenga que ver con las ciencias humanas».

¿Conocías el trabajo de Entreculturas? ¿Cómo llegaste a conocer Entreculturas?

En 2015 conocí, a través del boletín de noticias de mi universidad, el curso “Acércate al Sur”, hoy llamado “Fronteras”. En los caminos que tomamos siempre solemos encontrar personas significativas a las que poder agradecer. A mí, en esta parte del viaje, me gusta presentar a Stefi, una antigua voluntaria de EC que encontré por casualidad en la facultad de educación; fue ella quien finalmente me animó a hacerlo. 

Me gustó tanto el curso, no solo el contenido sino la metodología, los discursos lógicos basados en ideas simples y potentes como el respeto, la coherencia, la cooperación horizontal… que me quedé como voluntaria. He aprendido mucho en estos años gracias a las distintas formaciones, personas, encuentros institucionales, reuniones de ciudadanía… y finalmente a la formación VOLPA. 

¿Cómo conociste VOLPA?

Una vez dentro de la ONG es imposible no conocer VOLPA. Aparte de las “noches de té”, siempre había alguien en las reuniones que “había sido” VOLPA, que acababa de volver o que estaba haciendo la formación. Desde el primer momento me sentí totalmente atraída por el programa y las historias que escuchaba, los aprendizajes y encuentros. Y hoy, años después, me encuentro respondiendo estas preguntas desde mi enclave VOLPA. 

¿Es tu primera experiencia de Voluntariado Internacional?

Sí, pero no de voluntariado. El programa te exige haber realizado voluntariado local. En Sevilla he estado en voluntariados muy diversos, he trabajado casi siempre con la infancia aunque también estuve en una protectora de animales. Cuando empiezas a conocer el mundo es imposible no hacerlo desde un posicionamiento holístico. Sin embargo, es la igualdad de género y especialmente, la infancia vulnerable, los colectivos por los que me siento poderosamente interpelada. Soy maestra, por lo que es deformación profesional. Empecé en Crecer con Futuro, una ONG con un equipo de personas maravillosas, que alimentaron mi compromiso social. 

Aunque VOLPA es diferente a cualquier otro tipo de voluntariado que haya hecho e incluso a la concepción que tenía del voluntariado. Es una inmersión total, no sabes dónde empieza y termina el voluntariado y donde lo hace tu vida. No es una actividad a la que vas los martes por la tarde y luego vuelves a casa. No “vas” al voluntariado, estás en él, lo estás viviendo. Por tanto, no es solo “hacer”, sino “ser y estar, haciendo”. 

¿Qué significaron para ti los meses de formación previa?

Los meses previos fueron esenciales y siempre he apreciado la calidad de la formación y del equipo al completo. Antes de venir ya lo sentía así pero lo he comprobado al venir a terreno. Me siento muy afortunada también por haber conocido al grupo de mujeres que conforman esta promoción VOLPA, las que están y las que partieron por otros caminos, pero compartiendo un objetivo social común. Sin duda el proceso no tendría sentido si no fuera en grupo. 

El COVID nos obligó a iniciar y continuar una buena parte de la formación de forma online. Nos perdimos físicamente todos los encuentros, regionales y nacionales. Pero aun así, con la participación del grupo y la implicación de las formadoras, conseguimos no perder el sentido. Por eso creo que tuvo tanto impacto el primer encuentro presencial de fin de semana en Huelva, que justo coincidió con la toma de decisión. Sin duda lo recuerdo como el momento más especial de toda la formación. 

Lo que vemos en los meses previos se materializa aquí, en terreno. En nuestro caso, las formadoras y formador (Rocío, Mila y Fernando) llevan años acompañando Volpas o lo han sido en primera persona, conocen miles de historias… Eso hace que conozcan muy bien los miedos, situaciones, choques o conflictos que suelen darse; aunque por supuesto, cada experiencia es única y no hay formación que te de las claves para una experiencia perfecta y sin errores. Aun así, me encanta descubrirme en situaciones que nos advertían que podrían ocurrir, mientras yo pensaba: “bueno, eso no me va a pasar a mí”, y finalmente, por supuesto que sí… sí que me han pasado. Es un proceso de aprendizaje y humildad continuo. 

El acompañamiento en la formación y aquí, durante el tiempo de voluntariado en terreno, está siendo muy significativo para mí. En mi caso, mi acompañante también es amigo y siempre encuentra tiempo para pasarse horas charlando o leyendo escritos infinitos, darme feedback, apoyo y herramientas de reflexión. 

¿A qué país fuiste destinada? ¿Cuándo llegaste allí?

Llegué a Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo (RDC) el 14 de octubre de 2021. En Kinshasa estuve un mes, hasta que llegué a Kikwit, mi ciudad actual de residencia, lo que ahora es mi hogar. 

Durante toda la formación pensé que mi destino se encontraría, como casi todos los que conocía, en Latinoamérica. Cuando Fernando, mi acompañante, me hizo pensar en África me ilusionó y me removió a la vez por todo el ideario latinoamericano que había construido durante toda la formación. Más tarde, Ana y Sonia me propusieron la RDC como enclave en la entrevista que tuvimos en Sevilla e instintivamente (aunque me dejaron tiempo para meditarlo) dije que sí. Hoy me siento agradecida por cómo se bifurcan los distintos caminos, cómo sucede la toma de decisiones, las coincidencias… que me han traído hasta aquí, para conocer a personas que ya forman parte de mi historia de vida y, espero, formar yo parte de las suyas.

¿Con qué institución estás colaborando?

Aquí trabajo con Foi et Joie RDC. La oficina está en Kinshasa aunque yo vivo en Kikwit, a unos 500km y más de 8h por una difícil carretera. El equipo de Kinshasa es excepcional, en la oficina no solo se respira profesionalidad, sino buen rollo y amistad. Esas personas que empezaron siendo desconocidas no tardaron en llamarse amigas. El equipo es muy joven y está lleno de fuerza; traen un aire congolés renovador, transformador y local. 

Alfred, coordinador de Fe y Alegría RDC, junto con Christelle, Ruth, Arvie, Fabrice, Pitshou, Lucie y Matondo, conforman la oficina nacional desde Kinshasa. Pese a ser una oficina joven (tanto por su plantilla como por el tiempo de vida de FyA en RDC), tienen proyectos de educación para el desarrollo en Kimwenza (Kinshasa), Kikwit, Kisantu y actualmente se están expandiendo a otras zonas “donde termina el asfalto”. 

¿Qué es lo particular de este voluntariado y del proyecto que estás realizando? ¿Cuál es tu misión? Describe tu día a día.

Si esperas que te cuente una “rutina” semanal, voy a decepcionarte. Y eso es lo particular de mi voluntariado. Fe y Alegría está naciendo en RDC y aunque ya han avanzado en muchos proyectos, el voluntariado también tiene que tomar forma. Mi tarea principal es la formación del profesorado de colegios a los que acompaña Fe y Alegría en Kikwit, así como un par de conferencias a adolescentes. Este refuerzo pedagógico se realiza en fin de semana, uno o dos al mes, lo cual me deja bastante tiempo libre. Y hasta ahí la misión que me han encomendado. Sin embargo, ocupo mi tiempo con otros proyectos que parece que empiezan a emerger.

Actualmente me reúno con un grupo de mujeres de Kikwit que llevan unos 10 años organizando actividades de género por el 8M durante todo el mes de marzo.  La Red Generación 21+ ya existe en Kinshasa, pero en Kikwit estamos empezando a despegar. El inicio ha sido muy bueno, confiamos en que consiga consolidarse en el tiempo. Con algunas profesoras realmente potentes de los colegios, queremos aunar, en una “guía didáctica”, los aspectos metodológicos, de contenido y ayudas pedagógicas básicas para aquellos docentes con más dificultades.

Es ahora cuando realmente estoy empezando a rodar y se están gestando proyectos que pueden salir o no, pero que queremos intentar: un programa de radio de cuentacuentos con posterior debate docente, cine-fórums en uno de los institutos jesuitas, unas jornadas de teatro lideradas por Ginho, encargado de la radio y experto en organizar actividades culturales. 

Lo importante de todos estos proyectos es que la iniciativa surge y el liderazgo reside en personas locales con ganas de continuarlos a medio-largo plazo. Siempre me encuentro en un segundo o tercer plano, apoyando donde me necesiten y proponiendo ideas que pasan por sus filtros. No solo para que los proyectos gocen de autonomía local sino porque me rodeo de equipos profesionales y comprometidos de los que me permito aprender.  

Aprovecho siempre que puedo para visitar los colegios (especialmente el de infantil), recibir clases de kikongo del Père Mate o acompañarlo en su trabajo en el huerto, leer o escribir.

Reducir la velocidad, parar, es realmente algo a interiorizar. La vida aquí se saborea, va más despacio y casi todo gira en torno a las relaciones sociales. Una de las cosas más importante que estoy aprendiendo es la importancia de estar presente. Se espera de los demás un simple mensaje de texto (“Bonjour, ça va?”), una llamada o una visita que se celebra con una generosa hospitalidad, sonrisas y una cálida acogida. Y por supuesto algo de comer y beber, que no falten los cacahuetes, plátanos o el “fufú”.  

No tengo día a día, cada día es diferente y parecido. Todas las comidas son a la misma hora, es el momento de encuentro con los curas de la comunidad, que se hacen llamar “mis tíos”. A veces es difícil gestionar la falta de horarios y tareas prestablecidas, pero eso me obliga a tener una continua actitud de reflexión y tener iniciativa. Como decía, los encuentros son asiduos, ya sea por una invitación, porque llegan huéspedes a la comunidad o porque surge una conversación con cualquier persona en la calle.  

¿Cómo fueron las primeras semanas de trabajo?

El comienzo del trabajo como tal se ha hecho de rogar. Cuando llegué, mi tarea que se da en los colegios, estaba totalmente paralizada por una huelga docente que duró hasta noviembre. Por tanto, el equipo decidió que me quedase en Kinshasa un mes antes de llegar a mi destino, Kikwit. Una vez aquí, los colegios seguían cerrados. Cuando abrieron no sabía muy bien qué tenía que hacer, así que me dediqué a visitarlos, observar y aprender. Sin darme cuenta empezaron las vacaciones de navidad, pasando alguna que otra malaria por el camino. En diciembre hicimos la primera formación, previo estudio de intereses, etc. En enero volví a Kinshasa dos semanas y es ahora cuando estamos empezando a rodar. 

Esa es la magia de VOLPA, que nunca sabes qué te espera, y me gusta tal y como se está desarrollando: aceptando, aprendiendo y respetando los tiempos de adaptación, seguridad, participación y, sobre todo, encuentro.

En cualquier caso, las primeras semanas de adaptación al contexto se dieron de una forma muy natural, propiciadas por las personas que me acogieron. Cuando me preguntan qué opino de la RDC siempre respondo con una palabra: “acogedora”. Es inevitable enamorarse rápido. 
 
¿Qué es lo que más te ha llamado la atención en este tiempo?

En primer lugar, lo que más me ha llamado la atención es la calidad humana. Creo que nunca había estado en un lugar donde encontrar a un número tan elevado de personas con un carácter tan (de nuevo) acogedor. Me fascina la ilusión constante por el encuentro, por conocerse, la facilidad para intercambiar contactos, para compartir, para celebrar, para hablarse con exquisito respeto, para confiar, para partir siempre de una imagen positiva del otro. 

En segundo lugar, relacionado con esta cultura del encuentro, no deja de sorprenderme el contraste. Aquí comparto solo algunos ejemplos.

Por una parte, contraste entre un carácter que huye del conflicto, que cuida las palabras para nunca faltar al respeto, que mima los detalles para los invitados, donde no faltan cacahuetes y sonrisas, que no juzga tan rápido; por otra parte, las continuas advertencias de los curas sobre la peligrosidad de Kikwit, el vandalismo callejero, los accidentes, los juicios ligados al género o la religión, la violencia, una policía corrupta…
 
Contraste entre una población emprendedora, con una juventud súper potente y formada con ganas de transformar la sociedad, con las mujeres más fuertes que haya conocido, con expertas/os en temas de primera actualidad, líderes de las universidades del país, con niños y niñas delicadamente respetuosos… Y entre un sistema educativo y sanitario deficiente, una administración desastrosa, un estado que ha abandonado a su población, funcionariado que no recibe salarios, casas hechas de barro, demasiado trabajo infantil…

Contraste entre la suciedad, las malas condiciones de higiene, el mal estado de los edificios y entre personas que pasean en este escenario con sus caros trajes de chaqueta, iphones, vestidos, tacones y gafas de sol de marca. 
Contraste entre casas hechas de barro, bambú y paja y el gran panel solar que se sitúa en el tejado, a la última en cuanto a energía renovable.
Contraste entre melancólicos seguidores de Mobutu y los colonos belgas asegurando que cualquier tiempo pasado fue mejor y entre personas que confían en la democracia, en una juventud comprometida con la innovación, la defensa de la justicia, la igualdad de género, el orgullo africano…
Y contraste entre tradiciones locales e influencias occidentales (sincretismo de brujería y cristianismo, por ejemplo).
Son solo algunos ejemplos de un país que no deja de sorprenderme por poder encontrarlo todo en él, de un extremo al otro. Y ese contraste se materializa en una toma de decisiones constante, de continuo posicionamiento. 

¿Hay algo a lo que te esté costando especialmente adaptarte?

Prácticamente, lo único que me ha hecho tener días malos ha sido el miedo a las enfermedades. Como decía, la cultura congolesa que estoy conociendo es hospitalaria y espontánea, por lo que los pequeños contratiempos o choques culturales, por el momento, son fácilmente solucionables. 

Podría decir que las condiciones de higiene fuera de la comunidad y la limitada asistencia médica en Kikwit es lo que más me está costando sobrellevar. En cuanto a enfermedades, ya he tenido un par de veces malaria, fiebre tifoidea, infecciones… Da miedo escucharlo, pero la verdad es que con medicación y siendo lo suficientemente prudente para ir al médico ante cualquier síntoma, no he tenido ningún problema. De hecho, he pasado gripes peores en España. 

Pero sí he sentido, sobre todo las primeras veces, bastante aprensión al escuchar el nombre de enfermedades, que a priori dan miedo, y he temido por aquellas que ni siquiera conozco. Sin embargo me siento muy acompañada, tanto el equipo de Kinshasa como el de España siempre están pendientes de mi estado de salud y de que todo se desarrolle con normalidad, y poco a poco voy normalizándolo, así como mi cuerpo se va acostumbrando. 

Aquí es casi obligado preguntar por la salud como parte del saludo. Esto me ayuda a entender lo difícil que es realizar proyectos de vida, esforzarse en los estudios o el trabajo, en cuidar de la familia o pensar a largo plazo cuando estás continuamente enferma; me ayuda a admirar a personas que nunca se detienen. Aquí en general la gente no tiene miedo de la malaria (de hecho se ríen amistosamente de mí cuando continuamente me echo repelente), conviven con ella y saben cómo tratarla. Sin embargo, yo no dejo de pensar en el obstáculo que supone no tener todas las condiciones, calidades y servicios sanitarios disponibles, sobre todo, para aquellas personas que no viven en Kinshasa. 

¿Participas activamente en algún programa relacionado con mujeres en el que esté involucrado Entreculturas? ¿Podrías comentarnos cómo se desarrolla y de qué va el proyecto?

Actualmente asisto a unas reuniones los viernes. Es un grupo de mujeres que lleva más de 10 años preparando el 8M con actividades de sensibilización durante todo el mes de marzo. Son mujeres de todas las edades, mujeres inteligentes y fuertes con un discurso interiorizado que comparten alto y claro: “queremos tener las mismas oportunidades, somos capaces de todo si contamos con los mismos recursos y derechos”. Como ya sabemos, hablamos de feminismos, en este caso afrofeminismo. Las reuniones son en kikongo y sus costumbres y tradiciones no se ven afectadas por sus deseos de igualdad. Nos espera un mes de marzo interesante en el que se prevén conciertos, teatro, cine-fórum, conferencias… Todo, en torno a las mujeres. 

En Kikwit, al menos, no es Fe y Alegría quien organiza el 8M pero sí colabora con este grupo de mujeres. El año pasado hicieron unas jornadas de “lidership femenin” en la que, mujeres exitosas profesionalmente, dieron charlas a jóvenes adolescentes, convirtiéndose en ejemplos de liderazgo femenino. 

En cualquier caso, Foi et Joie RDC apuesta por la educación de las niñas y por visibilizar esta necesidad que verbaliza en sus campañas, actos y publicaciones. 

¿Podrías hablarnos desde tu perspectiva y como cooperante voluntaria como ves a la mujer dentro de la sociedad en la que actualmente cumples con tu voluntariado?

Estas mujeres, en mi humilde opinión, son el gran motor de la RDC. He conocido a algunas mujeres, como Charlotte, que trabaja en casa, es maestra en el colegio y también trabaja en el campo, junto con su hija mayor. El campo donde cultivan maíz, cacahuetes, yuca entre otras cosas, está a 1h andando de su casa. 

Como me explicó el padre Mate, existen tribus patriarcales y matriarcales, con unas difíciles normas de funcionamiento, herencia, líneas sucesorias y de poder. La mujer, como en todo el mundo, vive en una sociedad que le exige más y le permite menos que a los hombres, que sufre violencia en todas sus manifestaciones. 

En occidente y desde nuestros feminismos hemos visto la necesidad real de hablar de sororidad, de aparcar esa competencia que materializamos inconscientemente como hijas del sistema. Aquí admiro la ausencia de ese discurso, porque no es necesario. Muchos matrimonios surgen de pactos entre familias en las zonas más rurales. Ser madre y esposa es el fin para el que educan a muchas niñas, es el objetivo de sus vidas, que en ocasiones no lo desencadena el amor. Y veo que se dan relaciones de cooperación entre las mujeres, de ayuda mutua, veo la alegría que se expresan por compartir espacios juntas, charlar, reír… Ya sean familia, amigas o desconocidas. Al menos, es lo poco que he podido leer desde mi perspectiva y sobre todo de las conversaciones que he tenido con mujeres sobre este tema. 

Aunque solo me encuentre en un círculo que específicamente trate el tema de género, no hay ningún espacio en el que trabaje en el que no haya mujeres a las que admirar. En los colegios de infantil y primaria, las jóvenes del grupo de voluntariado, las compañeras de la oficina de Kinshasa, en las comunidades…: Charlotte, Julienne, Dorcas, Nadine, Françoise, Therese, mama Pauline, Christelle, Ruth, Arvie, Lucie, Shayda, Mayele, Mety… La juventud femenina pisa fuerte, es competente, sabe lo que quiere y lucha por ello. Siento que no dejo de aprender, que podemos hablar con naturalidad, confianza y encontrar espacios donde compartir nuestras ideas.  

¿Recomendarías VOLPA a otras personas? ¿Por qué? Anima a las personas a hacerlo. 

Por supuesto. Hablamos de la “experiencia de voluntariado” pero, citando a una amiga VOLPA (Lucía), no es una simple experiencia, es una parte de tu vida. Estando en un contexto tan diferente tienes que dejar tus placeres y exigencias a un lado y aprender por todos los medios a colaborar, a escuchar, a ceder… Aprendes a descubrir prejuicios y estereotipos de los que te creías libre, a ver que los conflictos que parecen lejanos, pasan en un país de personas que ahora son tus vecinas, compañeras y amigas. Aprendes valores comunitarios que no sabías que existían en un mundo que parecía hecho para alimentar tu ego y tus placeres. 

Aun me queda medio año, pero a día de hoy siento que estoy exactamente donde tengo que estar, con quien tengo que estar, haciendo lo que tengo que hacer. Las transformaciones intrapersonales e interpersonales coexisten y se retroalimentan, no se da la una sin la otra. Y normalmente el fruto de esta transformación holística, si es auténtica, se traduce en compromiso social, en dejar de resignarse y comenzar a indignarse, en sentirse parte de la gran ciudadanía global. 

Y sin atreverme a adelantar aprendizajes generales que pueden ser y serán tan diferentes dependiendo de la persona y las circunstancias, simplemente estás aquí, compartiendo de la forma más real, sin distracciones, para convertir el yo en nosotras y el discurso en compromiso activo y coherente. 

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