Burundi es un pequeño país de algo más de 11 millones de habitantes situado en la zona de los grandes lagos en África oriental. El 71% de los niños y niñas reciben educación, pero la escolarización es obligatoria solamente hasta los 12 años, por lo que el resto de la vida de los y las menores se resume en una constante lucha para sobrevivir o trazar un plan para migrar, en un país donde casi el 80% de la población vive bajo el umbral de la pobreza.
En Burundi encontramos campos de refugiados, como los gestionados por el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), que albergan tanto a desplazados del propio país como a personas refugiadas de Ruanda, Tanzania y República Democrática del Congo, que huyen por conflictos similares a los de Burundi.
Apoyamos el trabajo del JRS en los campos de refugiados
El JRS gestiona directamente los colegios y escuelas infantiles en los campos de Kinama, Musasa, Nyankanda, Kavumu y Bwagiriza, en los que se ejecutan intervenciones que apuntan, por un lado, a lo educativo y, por otro, hacia programas de formación profesional, garantizando una educación de calidad y un mayor desarrollo personal y de autogestión de la comunidad de refugiados en Burundi.
Recientemente nuestra compañera Bárbara Gil, del Departamento de África y Asia de Entreculturas, ha visitado el país para dar seguimiento a dos intervenciones educativas que se iniciaron el 1 de marzo de 2019 y que se extenderá hasta el 28 de febrero de 2020, en los campos del Servicio Jesuita a Refugiados.
Durante esta visita, Bárbara tuvo la oportunidad de conocer la historia de Mariam Kizemba, quien regenta con optimismo y entrega un pequeño restaurante en uno de los campos.
Mariam es una refugiada congoleña que vive en el campo de Kavumu en Burundi. Tiene 47 años, 6 hijos y no tiene marido. En 2017 participó en una formación en hostelería organizada por el JRS en el marco de su programa de medios de vida. Tras dos meses de formación teórica, tuvo la oportunidad de realizar un mes de prácticas en un hotel cercano al campo.
Con los 150.000 francos burundeses (unos 72 euros) que pudo juntar gracias a varios amigos, alquiló una minúscula parcela en el mercado del campo, compró algunas cazuelas y montó un pequeño punto de distribución de comidas.
En el marco del programa recibió un microcrédito de 600.000 francos (288 euros) de los cuales tenía que ir devolviendo la mitad en el plazo de un año. Además, por ser la mejor alumna de su clase recibió una pequeña prima de 50.000 francos (24 euros), un ingreso extra que le permitió comprar sus propias herramientas de cocina, introducir una mayor variedad de alimentos en sus platos y, al cabo de un tiempo, adquirir su propia parcela.
Mariam se levanta a las 5 de la mañana y nunca vuelve a su casa antes de las 22:00. Actualmente ha devuelto la totalidad del importe que debía reembolsar y tiene un pequeño restaurante en el mercado del campo con 3 trabajadores a su cargo y una fila enorme de personas esperando para degustar sus platos, incluyendo el personal de las diferentes organizaciones que operan en el campo de refugiado en el que vive.
Asiechoka quiere decir “infatigable” en suajili y es también el adjetivo que mejor describe a la protagonista de una historia que, como la de otras mujeres africanas anónimas, pero igual de infatigables que ella, merece ser contada.