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«Vivir»: Finalista Un Mundo de Cuento

Por Sara Gibert Deprá

«Vivir. ¿Qué es vivir? Vivir es aquello que desea el ser humano, aquello a lo que se aferra cuando se siente amenazado. Vivir es tener sueños y poder existir en este mundo teniendo deseos propios. Parece que todo el mundo lo puede hacer, pues a simple vista es una de las cosas que hacemos nada más nacer. Pero a mí no se me permite vivir. Entre golpes y críticas tener deseos o sueños es muy complicado, pero no he conocido otra realidad desde que empecé a existir. Solo puedo vagar por las calles como un recipiente vacío, sin vida, sonriendo, aunque sé que cuando llegué a casa nuevos moratones aparecerán en mi cuerpo. Ya nada me importa. No estoy viva, solo soy otra marioneta al control de un hombre que siempre se saldrá con la suya.
Todas las noches, cierro los ojos, pero solo veo oscuridad, pues no puedo soñar.

Hoy es igual. Cierro los ojos y solo veo oscuridad.

Me despierto y me levanto de la cama. Bajo para preparar el desayuno como siempre, pero pasa algo. ¿Dónde está mi marido? Nunca se salta el desayuno. Empiezo a asustarme temiéndome lo peor. Me visto y salgo por la puerta de mi casa lo más rápido que puedo, pero nada más atravesar la entrada mis pies se paran. Me quedo boquiabierta. Ese mundo gris que siempre he conocido, lleno de sonrisas falsas y de gente que no se respeta ya no está. Ha cambiado. Ante mí veo un mundo lleno de color, con gente jugando y sonriendo, niños en los parques y personas hablando. Todos muestran sonrisas puras y verdaderas. Empiezo a caminar asombrada por ese mundo nuevo que se ha presentado ante mí. Empiezo a mirar las calles llenas de dibujos, de pintadas, de banderas de distintos colores por todas partes, pero no son banderas de países sino banderas de todos los colores, banderas con arcoíris pintados, banderas con patrones que no reconozco como el símbolo de la mujer con un puño alzado.

De repente me tropiezo y caigo al suelo, pues estaba distraída admirando la grandeza de ese lugar. Cuando me dispongo a levantarme un chico se acerca y me ofrece su mano. Asustada le digo que no pasa nada, pero él insiste, así que nerviosa le doy la mano y me llevo una gran sorpresa: su mano es muy cálida y su tacto es sincero. Parece como si solo a través de sus manos pudiese saber todo de él.
– ¿Estás perdida? Te he visto dando vueltas sobre ti misma durante un buen rato con cara de sorpresa, por lo que no creo que seas de aquí.
– Ah, sí. No sé cómo he llegado hasta aquí pero no te preocupes, ya lo resolveré yo sola.
– Si quieres yo te puedo ayudar.
– No hace falta de verd… – Mirándole a los ojos puedo leer todo lo que está pensando. Sus palabras son honestas, solo quiere ayudarme. – Vale.
– ¿Cómo te llamas? – Le pregunto.
– Sebastián.

Me levanto y le sigo. Es curioso, no me da la mano ni me pregunta nada a menos que yo quiera que lo haga. No me ha preguntado por mi nombre porque sabe que si no estaría incómoda. Mientras caminamos le voy preguntando por el significado de las banderas y por todo aquello que no entiendo. Me habla de cosas que no parecen reales: igualdad, homosexualidad, libertad. Me explica cada una de esas palabras y sigo admirando ese mundo al que mis ojos adoran.
Pronto oscurece y vuelvo a mi hogar. Sebastián se despide y yo me voy directa a la cama tras un día agotador. Cuando me tumbo siento algo extraño en mi interior, pero lo ignoro y cierro los ojos.
Me despierto, pero esta vez mi marido está a mi lado. Me levanto de la cama corriendo y salgo por la puerta, pero el mundo gris ha vuelto.
No.
Decidida, cojo una maleta y meto todo lo que puedo, salgo corriendo de casa antes de que mi marido se despierte. Cojo un tren, el primero que pasa. Me embarco en un largo viaje, guiada únicamente por mi instinto.

Por fin se abren las puertas.
El mundo de color me recibe con los brazos abiertos. Ese mundo está lleno de gente amable que me respeta y me ayuda durante el largo camino que empiezo a recorrer.
Ha pasado ya un año y aunque todavía no he visto a Sebastián, he conseguido adaptarme al mundo que él me mostró. He descubierto muchas cosas que no sabía de mí misma y sé que todavía me falta mucho por descubrir. Pero aquello de lo que estoy segura es que merezco respeto y tener sueños y deseos, y no voy a permitir que nadie me trate como un objeto. Por primera vez en mi vida estoy viviendo.
Y quiero hacer que el resto de las mujeres puedan vivir, por eso, de la mano de mi novia, empiezo un proyecto para hacer que el mundo entero conozca mi historia. Ahora ya queda menos para que todos podamos vivir como personas iguales, gracias a que todos los países nos apoyamos los unos a los otros y porque hay más gente como yo que lucha por los derechos y la justicia.
Unidos nadie podrá pararnos.

Mi nombre es Esperanza y voy a seguir alzando mi voz hasta que todo el mundo pueda vivir.»

*Ilustrado por Elena Guillén

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