Por Paula García Mendoza.
«Érase una vez una bombilla,
que entre cuento y cuento,
lloraba por el gasto que estaba haciendo,
sabía que el planeta se lo tendría en cuenta,
y eso la ponía violenta,
pensar en los que sufren a su costa…
cervatillos, conejos y langostas,
¡todo el mundo animal!,
pero la bombilla no se podía apagar, no sola.
Pasaron las noches y la bombilla esperaba,
a que un simple gesto viniera y la apagara.
¡qué dueño más descuidado!,
la había dejado encendida y ni cuenta se había dado,
hasta que un día algo ocurrió,
un simple pájaro vino y la apagó.
La bombilla muy agradecida, las gracias le dio,
el pájaro le dijo que de nada, que ya se tenía que marchar,
seguir con su bandada hasta las orillas del mar.
Cuando se fue, la bombilla suspiró,
con un simple gesto lo consiguió.
No era tan difícil, ¿verdad que no?.
Ahora la bombilla podía descansar,
sabiendo que más daño no iba a causar.
Así se cuida el planeta,
no quedándose quieta.»
*Ilustración de Elena Guillén