En esta entrevista, conversamos con Eridenia Martínez, una mujer de raíces panameñas y corazón guatemalteco, que a sus 63 años lidera uno de los esfuerzos más sólidos de acompañamiento comunitario en el país: Puente de Paz. Desde 2005, esta organización trabaja en el municipio de Playa Grande, Ixcán, una región marcada por la violencia del conflicto armado interno y por la persistente amenaza de megaproyectos que ponen en riesgo la vida y el territorio de los pueblos indígenas.
A lo largo de este diálogo, Eridenia nos habla de los orígenes y el espíritu de Puente de Paz, del papel vital de las mujeres en la reconstrucción del tejido social, del vínculo profundo con la cosmovisión maya y de los desafíos actuales en Guatemala: la corrupción política, la migración forzada, la violencia estructural contra mujeres y niñas, y el esfuerzo cotidiano por la justicia y la memoria. También nos comparte su visión sobre el feminismo desde la experiencia de las mujeres indígenas, el valor ancestral de las comadronas y su llamado a que las mujeres, en Guatemala y en el mundo, levanten la voz frente a la injusticia.
Una conversación profundamente humana, poderosa y urgente. Te invitamos a leerla.
¿Cuándo se funda Puente de Paz y qué vínculo tiene con la Compañía de Jesús?
Puente de Paz se fundó en 2005 y desde entonces acompaña a comunidades del municipio de Playa Grande, Ixcán, que fueron profundamente afectadas por el conflicto armado en Guatemala. Surgió como una forma de continuar el trabajo de los jesuitas en la zona, manteniendo el compromiso con las víctimas de la violencia política y su proceso de reconstrucción social.
Tenemos un vínculo muy cercano con la Compañía de Jesús. Al retirarse de la región, los jesuitas confiaron en Puente de Paz la tarea de seguir acompañando a las comunidades. Desde entonces, nuestro trabajo se ha centrado en fortalecer los derechos de las mujeres, la defensa del territorio y el reconocimiento de los pueblos indígenas como sujetos colectivos de derecho.
Trabajamos en tres regiones: Ixcán, Alta Verapaz y Zona Reina. Todas las comunidades con las que colaboramos han sido históricamente marginadas, y nuestra labor consiste en fortalecer sus capacidades organizativas y su lucha por el reconocimiento y el respeto a sus derechos.
¿Cuál es la situación actual en Guatemala?
Guatemala vive una crisis política estructural. A pesar de que el nuevo gobierno logró asumir gracias a la resistencia organizada de los pueblos indígenas, sigue enfrentando la presión de grupos corruptos que buscan mantener el poder. Las condiciones de vida no han mejorado: las comunidades siguen sin acceso digno a salud, educación o servicios básicos.
El modelo económico extractivista sigue generando despojo, contaminación y migración forzada. Muchas personas que migran lo hacen endeudadas, con la esperanza de ofrecer una vida mejor a sus familias. Pero las políticas migratorias actuales generan más angustia, precariedad y empobrecimiento, tanto para quienes migran como para quienes se quedan.
¿Qué avances ha habido en la participación política de las mujeres?
Las mujeres del Ixcán han vivido procesos de transformación profunda. Muchas vienen de experiencias de violencia extrema durante la guerra, pero han logrado reconstruir sus identidades y fortalecer sus liderazgos, ocupando espacios en asambleas comunitarias, consejos municipales e incluso en el Congreso.
Destaco especialmente el papel de las comadronas. Son guardianas de saberes ancestrales, defensoras de la vida y referentes comunitarios. Desde Puente de Paz promovemos su reconocimiento y el valor de sus conocimientos, como la medicina natural y el acompañamiento a mujeres en todas las etapas de su vida.
¿Cuáles son los grandes desafíos que enfrentas en tu trabajo?
Uno de los principales desafíos es el fenómeno de la migración y sus múltiples consecuencias para las comunidades. Otro gran reto es seguir fortaleciendo un feminismo desde las vivencias de las mujeres indígenas, sin imposiciones externas. Queremos que las mujeres se reconozcan como sujetas de derecho, que participen y tomen decisiones desde sus propias realidades.
Esto requiere tiempo, formación, espacios de confianza y acompañamiento constante. Nosotras creemos en un feminismo que no impone, sino que se construye desde la experiencia vital y la fuerza colectiva.
¿Qué te motiva a seguir trabajando?
Me motiva el hecho de ser mujer e indígena, y de saber que nuestras luchas tienen un sentido colectivo. Las mujeres tenemos mucho que aportar a una sociedad que cada vez se vuelve más individualista. Me impulsa la posibilidad de incidir en las estructuras políticas, económicas y sociales, para que todas podamos vivir con justicia y dignidad.
¿Qué mensaje darías a las mujeres que quieren participar en espacios de transformación?
Que alcen la voz. No importa el idioma, el origen o el color de piel. Lo que importa es unirnos para transformar una sociedad que silencia las injusticias. No podemos aceptar más violencia, más opresión, más indiferencia. Las mujeres, en todas partes del mundo, tenemos la fuerza para decir basta y construir una vida distinta.