En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, desde Entreculturas recordamos que la educación inclusiva es uno de los caminos más potentes para garantizar que todas las personas —sin excepción— puedan aprender, participar y construir un futuro propio. En los países andinos, donde muchas familias viven en condiciones de desigualdad o con apoyos limitados, avanzar hacia este derecho supone un reto, pero también una oportunidad de transformación real.
Por ello, desde 2021 llevamos a cabo, junto a Fe y Alegría, el proyecto regional Educar es incluir en Bolivia, Ecuador y Perú centrado en acompañar a escuelas, familias y comunidades para que la inclusión deje de ser una aspiración y se convierta en una práctica cotidiana. Este proceso ha demostrado que, cuando existen comunidad y compromiso, la educación puede abrir caminos donde antes había barreras.
Inclusión que se construye desde la escuela
El trabajo en los centros educativos es el corazón de esta iniciativa. En 26 escuelas de zonas rurales, indígenas y periurbanas hemos impulsado cambios que permiten que el alumnado —con y sin discapacidad— encuentre un espacio donde aprender según sus ritmos y capacidades.
Estas transformaciones se traducen en gestos concretos: reorganizar aulas para hacerlas más accesibles, ofrecer actividades que permiten distintas formas de expresarse, adaptar tiempos y materiales y crear dinámicas donde todas las personas participan. El profesorado también ha fortalecido sus herramientas para acompañar a un alumnado diverso, y las comunidades educativas reconocen cada vez más el valor de la diversidad como motor de aprendizaje.
La escuela se convierte así en un espacio donde la inclusión no es un discurso, sino una manera de relacionarse, enseñar y aprender.
Jóvenes que amplían sus horizontes
Para adolescentes y jóvenes con discapacidad, la inclusión significa también tener oportunidades para descubrir sus intereses, fortalecer sus habilidades y visualizar su futuro.
En los centros hemos creado espacios que les permiten participar en talleres, actividades comunitarias, experiencias productivas o prácticas supervisadas. Estas experiencias no solo suman conocimientos: ayudan a que los y las jóvenes se reconozcan capaces, ganen autonomía y ocupen un lugar activo dentro de su comunidad. La inclusión se vuelve tangible cuando pueden decidir, aportar y proyectarse hacia adelante.
Familias que impulsan el cambio
El proceso también ha fortalecido el papel de las familias, especialmente de madres que durante años enfrentaron en soledad los desafíos vinculados a la discapacidad. A través de encuentros y espacios de acompañamiento, han construido redes, compartido experiencias y aprendido a defender los derechos de sus hijos e hijas.
Hoy participan con mayor protagonismo en la vida escolar, impulsan actividades comunitarias y contribuyen a que la inclusión forme parte de las prioridades del territorio. Su papel ha sido decisivo para que la mirada hacia la discapacidad cambie tanto dentro como fuera de las aulas.
Comunidades que avanzan hacia la inclusión
Los cambios impulsados en las escuelas y comunidades están generando transformaciones que se mantienen en el tiempo. Las aulas funcionan con una mayor sensibilidad hacia la diversidad, las familias participan con más confianza y el alumnado avanza con apoyos que antes no existían.
Lo más valioso es que estas transformaciones están siendo asumidas por las propias comunidades educativas. La inclusión ha pasado de ser un esfuerzo puntual a ser parte de la vida cotidiana de escuelas, familias y jóvenes.
Una apuesta que seguimos construyendo juntas y juntos
Esta experiencia muestra que la educación inclusiva en Bolivia, Ecuador y Perú es posible cuando se trabaja desde un enfoque comunitario y basado en derechos.
Desde Entreculturas y Fe y Alegría seguiremos llevando adelante este proceso, convencidas de que cada niño, niña y joven tiene derecho a aprender, participar y desarrollar su proyecto de vida en igualdad.
