“Para los niños y niñas desplazados y refugiados por la guerra y la violencia, la escuela es el único espacio seguro y estructurado que permite que los niños y niñas no solo aprendan, sino que comiencen a recuperar la normalidad y la esperanza”.
Obed Ombuna, Coordinador Regional de Educación del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en África del Este, resumía la esencia de lo que para millones de niños y niñas desplazados y afectados por conflictos, supone acudir cada día a clase. Su testimonio abrió la presentación de la nueva edición de la campaña Escuela Refugio, que cada año impulsamos desde Entreculturas y Alboan junto a JRS en el marco del Día Mundial de las Personas Refugiadas, que se conmemora el 20 de junio.
Bajo el lema “La educación es su mejor defensa”, volvemos a recordar que, en contextos marcados por la guerra, la violencia y la emergencia, la escuela no solo es un espacio de aprendizaje, sino un auténtico refugio. Un salvavidas que sostiene a la infancia refugiada en medio del caos y que protege su presente mientras cultiva su futuro.
Una crisis global sin precedentes
A día de hoy, 56 conflictos armados siguen activos en el mundo, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial. A ellos se suman catástrofes naturales, violaciones de derechos humanos, el cambio climático o la pobreza. El resultado es una crisis de desplazamiento forzoso sin precedentes: más de 123 millones de personas han tenido que abandonar sus hogares, según cifras de la ONU, y 72 millones de niños y niñas ven vulnerado su derecho a la educación, a la protección y a una vida digna en todo el mundo por vivir en contextos de crisis y emergencias.
Como denuncia Luca Fabris, Responsable del Equipo de Movilidad de Entreculturas, “la escuela es un salvavidas fundamental en medio del caos y la incertidumbre. Es urgente fortalecer el acceso a una educación segura y transformadora en contextos como Colombia, Líbano, la República Democrática del Congo o Colombia, donde trabajamos de forma constante con nuestras organizaciones aliadas”.
En lugares como Kenia, país que acoge a cientos de miles de personas refugiadas provenientes de Sudán del Sur, Somalia, Etiopía o R. D. del Congo, los campos de Dadaab y Kakuma —creados hace más de 30 años como estructuras temporales— se han convertido en asentamientos permanentes donde más del 50 % de los menores no va a la escuela. A pesar del esfuerzo de comunidades, docentes y organizaciones, el acceso a la educación sigue siendo una carrera desigual y llena de obstáculos.
La educación, un derecho en peligro
Según Naciones Unidas, 473 millones de niños y niñas viven atrapados en conflictos, es decir, 1 de cada 6 menores en el mundo. De los 234 millones de niños en edad escolar afectados por crisis, casi el 40 % está fuera del sistema educativo. Solo el 7 % de quienes se han visto obligados a desplazarse logran acceder a educación superior.
“Sin escuela, los niños y las niñas quedan expuestos a la violencia, al reclutamiento forzoso, al abandono. La educación es la única herramienta que puede revertir eso”, explica Obed Ombuna.
Entre 2020 y 2023, se registraron más de 11.000 ataques a la educación en 97 países, según la Coalición Global para Proteger la Educación de Ataques. Cerca de 20.000 estudiantes y docentes fueron asesinados, heridos, arrestados o reclutados en ese periodo. Mientras tanto, cientos de escuelas fueron destruidas, ocupadas militarmente o cerradas por miedo.
Este patrón se repite en Gaza, donde desde octubre de 2023 todos los centros educativos permanecen cerrados: más de 645.000 niños y niñas están fuera de la escuela, y el 88 % de los colegios necesitarán ser reconstruidos o rehabilitados. En Ucrania, más de 600.000 menores refugiados siguen sin escolarizar tras tres años de guerra. Y, en Sudán, el 54 % de las escuelas se encuentra en zonas de conflicto, lo que afecta a más de 12 millones de estudiantes.
Recortes que amenazan la educación
“La educación no es un lujo: es un derecho esencial que protege, salva vidas y consolida la paz y la justicia a largo plazo”, afirma Lucía Rodríguez Donate, Responsable de Incidencia Política de Entreculturas. En la presentación de la campaña, Lucía insistió en la necesidad de garantizar el acceso a la escuela desde el inicio de cualquier emergencia y de reforzar con recursos estables los sistemas educativos en crisis.
Frente a una Europa que refuerza fronteras y ha anunciado la movilización de 800.000 millones de euros en gasto en seguridad, apostamos por una inversión decidida en educación: una herramienta que protege, reconstruye comunidades y ofrece un horizonte de dignidad para quienes se han visto obligados a huir.
Sin embargo, decisiones recientes amenazan ese compromiso global. En abril, Estados Unidos anunció una reducción del 23 % en su ayuda oficial al desarrollo, lo que supone más de 10.000 millones de dólares menos para cooperación internacional. El impacto directo de estos recortes en los derechos de millones de personas es ya una realidad, estas decisiones suponen un retroceso en la protección de derechos fundamentales como la educación y afectan de forma directa a las personas más vulnerables del planeta.
En un mundo donde millones de niños y niñas siguen luchando por aprender pese a la guerra y el exilio, reducir la inversión en cooperación internacional es, sencillamente, poner en riesgo su presente y su futuro.
Una educación que protege, cuida y transforma
A pesar de la complejidad del contexto actual, la comunidad educativa resiste. Maestras y maestros, voluntariado, personal humanitario, familias y estudiantes hacen posible que la escuela siga viva incluso en los lugares más afectados por la violencia o el desplazamiento. Como recordamos con la campaña Escuela Refugio, la educación no solo ocurre entre paredes, bajo un techo: la educación se abre paso bajo una lona, a la sombra de un árbol o a través de una radio o un teléfono móvil.
En contextos de crisis, el simple acto de aprender se convierte en una forma de resistencia y de recuperación. La escuela es ese espacio seguro que devuelve la normalidad y la esperanza a millones de niñas y niños. Es el lugar donde comienzan a sanar, a reconstruir sus vidas y a imaginar un futuro distinto.
El derecho a una educación que protege, que cuida y que transforma sigue siendo la mejor defensa frente a la guerra, la exclusión y la desesperanza.