Burundi: Escuelas seguras para el aprendizaje y la resiliencia

“Agradeceré siempre al Servicio Jesuita a Refugiados su enseñanza de no subestimarnos a nosotras mismas. Una niña tiene el mismo valor que un niño y no pararé nunca de decirlo. Mi compromiso es transmitir esta información a todas las niñas para que se atrevan a romper el silencio y el tabú que rodea la violencia y el abuso en todas sus formas, ¡especialmente la violencia sexual!”, afirma Bukuru Nanjara, estudiante de la Escuela Primaria Kinama, en el campo de refugiados de Kavumu, en Burundi. 

Bukuru huyó de la violencia de su país, la República Democrática del Congo, siendo una niña y, como ella, la gran mayoría de las casi 38.000 personas refugiadas que sobreviven actualmente en los 5 campos de refugiados de Burundi. La vida en un campo de refugiados es terriblemente precaria, con una enorme falta de medios y una convivencia forzada en un espacio muy limitado entre personas que han experimentado heridas físicas y psicológicas difíciles de curar. Las familias no pueden garantizar las necesidades básicas mínimas de alimentación, abrigo, sanidad ni educación, de modo que dependen de los servicios y materiales que puedan proporcionar las diferentes agencias y organizaciones que trabajan en el terreno. Además, la falta de recursos y servicios conlleva unos riesgos muy grandes para la población refugiada de los campos: grandes tasas de alcoholismo, menores embarazadas, niños y niñas desatendidos y no escolarizados, violencia y abusos sexuales, delincuencia juvenil…

Burundi ha mantenido siempre una política de puertas abiertas facilitando la acogida de refugiados procedentes de los países vecinos. Sin embargo, el país vive sumido en una crisis desde 2015, cuando el actual presidente, Pierre Nkurunziza, se presentó a su tercer mandato consecutivo desencadenando protestas y un intento de golpe de Estado. La situación es de tensa calma y, mientras tanto, si ya de por sí Burundi es uno de los países más empobrecidos del mundo, la ayuda financiera de la comunidad internacional está disminuyendo significativamente. 

Conocedor de esta realidad, el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) lleva décadas trabajando en la región de los Grandes Lagos (R. D. del Congo, Burundi y Tanzania). Inició su intervención en 1995 con el objetivo de dar respuesta a los grandes desplazamientos derivados de los conflictos étnicos que se produjeron en los años ‘90. Desde entonces ha trabajado principalmente con personas refugiadas, desplazadas internas y retornadas, habiendo apoyado a más de 57.000 personas en los ámbitos de la educación, la protección y la generación de ingresos. 

Desde 2015, JRS en Burundi es el socio estratégico de ACNUR (la Agencia de la ONU para las Personas Refugiadas) en los sectores de educación y medios de vida. En el terreno educativo, JRS gestiona las etapas de infantil, primaria y secundaria de los 5 campos, atendiendo cerca de 18.000 alumnos y alumnas en total.

Desde Entreculturas apoyamos las acciones relativas a la etapa infantil, garantizando el acceso a una educación preescolar de calidad e inclusiva de unos 3.400 niños y niñas menores de 5 años. Para este colectivo tan vulnerable (muchos de ellos han nacido en los campos) las escuelas proporcionan seguridad física y psicológica, con espacios acondicionados para el juego y con personas capacitadas para el cuidado y la supervisión de los menores. Por otro lado, la educación también aporta resiliencia y cohesión a la comunidad, ya que se trata de un proyecto común que requiere la coordinación y la comunicación entre diversos colectivos (docentes, alumnado, padres y madres…) y, por último, es una puerta abierta a un futuro con más oportunidades por los conocimientos y habilidades que se desarrollan. 

La labor educativa de JRS podría agruparse en tres líneas de acción. Por un lado trabaja en la creación y el mantenimiento de las infraestructuras (acondicionamiento de las aulas, instalación de vallas de seguridad entorno a las escuelas, parques infantiles, habilitación de puntos de agua potable, etc.). Por otro, con el propósito de mejorar las dinámicas de enseñanza-aprendizaje, JRS cuida la formación de sus docentes y se encarga de la adaptación de los materiales pedagógicos y didácticos. Y, por último, desde la experiencia de lograr una mayor sostenibilidad del proyecto mediante la implicación de las familias, se preocupa de que los padres y madres del alumnado intervengan en las decisiones y el devenir de los centros, ofreciéndoles también talleres de sensibilización e, incluso, cursos de alfabetización funcional o crianza positiva. 

A pesar de las dificultades del contexto, la educación es una prioridad en general dentro de los campos, si bien es cierto que hay algunos factores que provocan el abandono escolar, especialmente entre las niñas y chicas jóvenes. Sigue predominando la idea de que ellas son las que deben quedarse al cuidado de la casa o de los hermanos; otras veces es el riesgo de sufrir algún tipo de violencia sexual lo que las disuade de ir a la escuela; y, en otras ocasiones, el estigma que hay en torno a la menstruación obliga a las adolescentes a recluirse en casa. 

La equidad de género para JRS y para Entreculturas: es un eje transversal de nuestras intervenciones. Además de procurar una igualdad real a todos los niveles (ratio de niños y niñas en las aulas, contratación de profesores y profesoras, contenidos didácticos respetuosos, mismas opciones de participación para padres y madres, etc.), JRS contempla la repartición de kits de higiene para las alumnas adolescentes y organiza charlas para incidir en la importancia que tiene para las niñas el acceder a la educación y no abandonarla.

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