Malaui es uno de los grandes desconocidos del continente africano. En este enclave sin litoral del África subsahariana, con una pacífica historia reciente y cierta estabilidad política, más de la mitad de sus 18 millones de habitantes vive con menos de 1 dólar al día. Sin embargo, pese a sus elevadísimos niveles de pobreza, el país conocido como “el corazón cálido de África” acoge a cerca de 40.000 personas refugiadas en el campo de Dzaleka, a pocos kilómetros de la capital.
La mayoría de las familias refugiadas se instaló aquí con la apertura del campo en 1994, cuando llegaron huyendo del genocidio en Ruanda, así como de la violencia y la guerra de la República Democrática del Congo y Burundi. Hoy, 25 años después, Dzaleka continúa recibiendo una media de 400 personas al mes.
El ritmo de llegadas corresponde a una situación de emergencia humanitaria, pero la longevidad del campo y la gradual retirada de apoyos han sumido a Dzaleka en una crisis crónica, con escaso acceso a agua, sistemas de saneamiento, medios de vida, sanidad o educación.
La ley de Malaui permite el libre movimiento de las personas refugiadas, pero no el trabajo ni el desarrollo de actividades económicas fuera de los límites del campo, lo que perpetúa la situación de pobreza de la población, nublando su esperanza. Para los miles de niños y niñas refugiadas en Dzaleka, la educación es la única ventana al mundo y la puerta hacia un futuro esperanzador. Sin embargo, las tres escuelas de infantil, primaria y secundaria gestionadas por el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) son la única oferta educativa y, puesto que sus espacios y recursos son limitados, tan solo puede garantizar la escolarización en porcentajes muy pequeños a la población en edad escolar: 8% en infantil, 53% en primaria y 25% en secundaria.
Educación digital de calidad y apoyo psicosocial para 1.800 niños y niñas
Más de 20 años de respuestas temporales a problemas crónicos hacen de Dzaleka un contexto de contrastes, limitaciones y desequilibrios. Por eso, desde Entreculturas y JRS buscamos sustituir las respuestas eventuales a problemas de largo plazo por alternativas innovadoras que cubran las necesidades y den oportunidades reales.
Así, con el objetivo de ofrecer una educación de calidad que prepare a las nuevas generaciones para los desafíos de hoy y de mañana, nuestra compañera Elisa Orbañanos, del Departamento África y Asia, ha estado visitando el campo y a nuestros compañeros y compañeras de JRS para sentar las bases de un proyecto de educación digital y apoyo psicosocial en la escuela primaria en el que van a participar más de 1.800 niños y niñas.
De la mano de ProFuturo y gracias al equipamiento y utilización de dispositivos informáticos y contenidos digitales, la escuela primaria Umozi Katubza de JRS (donde estudió Mirelle Twayigira) será pionera en la implantación de un entorno digital de aprendizaje a través de la creación de un Digital Lab, un laboratorio digital donde se llevarán a cabo la mayoría de las actividades.
Además, llevaremos a cabo actividades de Teaching Training, es decir, capacitación en educación digital, habilidades informáticas y herramientas socioemocionales que permitirá al profesorado y alumnado de Dzaleka reducir la brecha digital y sumarse a la revolución tecnológica, desbloqueando todo su potencial y equilibrando la balanza de oportunidades de futuro a su favor.