“Las niñas podemos crear nuestras propias comunidades para luchar. En nuestra generación, la mayoría de las niñas somos valientes, somos diferentes y creo que podemos cambiar el mundo”.
Benedicte tiene 12 años y estudia quinto de primaria en uno de los centros educativos del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en Uganda, donde lucha día tras día por los derechos de las niñas. Con tan solo ocho años de edad, esta joven se vio obligada a abandonar su hogar a causa de la violencia provocada por el enfrentamiento entre grupos armados que asola desde hace más de una década su país: República Democrática del Congo.
Hasta ahora, este conflicto ha dejado a más de 800.000 personas refugiadas y 5 millones desplazadas internamente que, como Benedicte, han tenido que emprender un camino difícil para encontrar otras oportunidades de vida libre de violencia.
Uganda es el país de destino para la mayoría de familias congoleñas. Ya sea por su proximidad como por su compromiso para ofrecer asilo, se ha convertido en el país africano con mayor acogida de personas refugiadas -más de 1,4 millones- y el tercero en el mundo.
En los últimos años se ha evidenciado una tendencia creciente migratoria a nivel global, que se ha ido agravando tras la pandemia provocada por la COVID-19. Las situaciones de desprotección, discriminación y vulneración constante de los derechos humanos se intensifican en los colectivos que viven en situación de refugio y, sobre todo, mujeres y niñas que, debido a la desigualdad de género, sufren por partida doble.
“El principal problema al que las niñas nos enfrentamos es la violencia: violencia sexual, falta de acceso a los servicios sociales, no ir a la escuela, que nos casen y nos obliguen a trabajar siendo aún niñas”, nos explica Benedicte. “Pienso que, cuando las niñas estamos unidas, podemos luchar contra aquellos que no nos respetan, pero necesitamos ayuda para desarrollar nuestro futuro y que nuestros derechos no retrocedan”.
© Foto: Laura Lora/Entreculturas
A día de hoy, se estima que solo un 3% de personas en el continente africano se han podido vacunar, impidiendo la reapertura de los centros educativos, lo que implica una mayor exposición por parte de las niñas a situaciones de violencia doméstica.
Desde 2012, desde Entreculturas junto con nuestras organizaciones socias, Fe y Alegría y el Servicio Jesuita a Refugiados hemos atendido a más de 38.000 niñas de distintos países de África y América Latina a través del programa La LUZ de las NIÑAS, con el objetivo de disminuir la violencia física, psicológica y sexual que sufren las niñas a través de la atención a niñas y adolescente víctimas de violencia, prevención de violencia y acceso a la educación. Además, seguimos trabajando para reforzar sus capacidades de liderazgo y participación desde la niñez, ya que, como Benedicte, creemos que las niñas tienen un papel clave para el cambio de sus comunidades.
A sus 9 años de edad, Jenne d’Arc, refugiada congoleña en Uganda, tiene muy claro lo importante que es la educación para su futuro: “las niñas tenemos que ir a la escuela. Se supone que las niñas tienen que dedicarse a las tareas de la casa, la ropa, limpiar… mientras los chicos miran; no me parece justo. Las niñas se casan y no tienen trabajo, pero cuando sus maridos se van, no les queda nada. Para cambiar todo esto, las niñas tenemos que ir a la escuela para tener un trabajo”.
Cada año, 12 millones de niñas son casadas antes de cumplir los 18 y el 21% de todas las mujeres del mundo entre 20 y 24 años, han sido obligadas a casarse siendo niñas. La situación de pobreza, los conflictos armados y las crisis humanitarias favorecen esta práctica, privándoles de sus derechos básicos como la salud o la educación.
La violencia sexual es otro de los problemas a los que se enfrentan estas niñas día a día, que conducen a embarazos no deseados, sufrimiento psicológico y enfermedades de transmisión sexual. “Este mundo es difícil para las niñas. Vivo con miedo a que mis dos hijas tengan que pasar lo mismo que yo pasé”, cuenta Shakira recordando lo que le pasó con 25 años. “Tiraron la puerta de nuestra casa abajo durante la noche. Mientras golpeaban a mi marido, me arrancaron la ropa y me violaron repetidas veces. Sentí que me rompía por dentro. Fue en ese momento en el que decidimos huir, anduvimos durante 4 días hasta llegar a la frontera ugandesa, heridos y casi sin poder movernos”.
© Foto: JRS Uganda
Los testimonios de mujeres congoleñas refugiadas son desgarradores, plagados de violencia física y sexual. Pero también existen historias de vida esperanzadoras, llenas de nuevas oportunidades y futuros prometedores que se van construyendo poco a poco gracias al derecho a la educación que refuerza la voluntad, el desarrollo y la libertad de las personas desplazadas.
“Lo que más me gusta de la escuela son mis profesoras porque me ayudan a aprender. Mi asignatura favorita son las ciencias y me gustaría ser doctora cuando sea mayor para poder curar a la gente”, nos comparte Jenne d’Arc desde su escuela. “Cuando tienes educación eres capaz de tener un futuro”, añade.
Desde Entreculturas, junto a JRS Uganda se están implementado programas educativos para personas refugiadas de diferentes niveles y cursos de alfabetización de adultos en lugares donde la educación puede ser inexistente, débil o sobresaturada. Esta labor se lleva a cabo mejorando el acceso a la educación secundaria, con un enfoque especial a las niñas, ofreciendo educación profesional y postsecundaria e implementando procesos formativos del personal docente para que puedan desarrollar todo su potencial.
Reconocer la capacidad de resiliencia y empoderar a las personas refugiadas también es clave para que puedan ser autosuficientes e independientes a través de medios de vida como cursos de idiomas, recursos para la actividad agrícola, contactos con empresas privadas facilitando el acceso al mercado laboral, etc.
Muchas de estas familias refugiadas han vivido situaciones realmente difíciles que requieren una especial atención. El apoyo psicosocial que se ofrece desde el JRS les ayuda a adaptarse a su nuevo entorno, a recuperar la dignidad humana y a fortalecer la cohesión social.
“Gracias al acompañamiento psicológico y al apoyo escolar para mis hijas he recuperado algo de esperanza. Después de esta experiencia, ya no volveré a ser la que era, pero aquí mis hijas tienen la oportunidad que yo no he tenido de ser felices”, nos comparte Shakira de la mano de sus dos hijas de 6 y 4 años.
Desde Entreculturas creemos que es posible construir un mundo más justo y humano para las personas que viven bajo la condición de refugio, especialmente niñas, jóvenes y mujeres, colectivos que se encuentran especialmente en riesgo. Pero esto solo es posible con mayor cooperación y con mayor compromiso por parte de la ciudadanía, instituciones y gobiernos, para que estas niñas que huyen de la violencia y la pobreza, sean luz para futuras generaciones.