Expatriado de Entreculturas en Líbano, Miguel Santiuste estudió Administración y finanzas en la Universidad Complutense de Madrid y tiene un máster en Cooperación Internacional para el Desarrollo. En el 2018 fue expatriado a Nepal y desde hace pocos meses vive en Líbano. En esta entrevista nos cuenta la situación en la que vive la población refugiada siria en Líbano y los proyectos que desarrollamos en el Valle del Bekaa y Bar Elias para acompañar a los colectivos más vulnerables: niñas, niños y mujeres.
¿A qué niveles llega la crisis humanitaria de las personas refugiadas sirias en Líbano? ¿Cuáles son sus condiciones de vida?
Para ponernos en contexto, a día de hoy, y tras más de ocho años de conflicto en Siria, se calcula que más de 12 millones de sus habitantes han tenido que dejar su hogar de forma forzosa. Más de 5,5 millones han cruzado la frontera y, de estos, cerca de un millón (se estima que la cifra real se acerca a 1,5 millones) vive en el país vecino, Líbano. Un país del tamaño de Asturias con una población de 6 millones de habitantes aproximadamente, que cuenta con el mayor número de refugiados por habitante del mundo. A esto conviene añadir que Líbano es un país que cuenta con cerca de un 30% de su población local viviendo en situación de pobreza, con altos índices de corrupción y con un sistema político religioso, polarizado y frágil. En este contexto, las personas refugiadas viven en una situación de desprotección generalizada a todos los niveles.
Cuando paseas por las zonas donde se desarrollan nuestros proyectos, te invade una fuerte sensación de impotencia e incredulidad. Muchos viven en asentamientos de tiendas de plástico sobre el barro o en pequeños y precarios apartamentos con varias familias. La inmensa mayoría vive bajo el umbral de la pobreza y aproximadamente un 75% carece de residencia legal. Adicionalmente, el acceso al mercado laboral, tanto informal como formal, es muy limitado, y se producen constantes tensiones con la población local. Esta situación de vulnerabilidad socioeconómica, añadida al trauma de lo vivido en la guerra, hace que muchas personas vivan en un estado de desesperación, aburrimiento e impotencia que trae como consecuencia episodios constantes de violencia (especialmente a mujeres y menores) y numerosos casos de trastornos psicológicos y conductas de aislamiento social.
¿De qué manera Entreculturas y el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) acompañan hacen frente a las necesidades de los refugiados?
Nuestros esfuerzos se centran en generar espacios de protección, aprendizaje y recuperación para la población refugiada más vulnerable, es decir, menores y mujeres. En los colegios de JRS proporcionamos educación de calidad basada en valores, así como apoyo con bienes de primera necesidad, como ropa, comida o transporte. Por otro lado, en los centros sociales se imparten cursos de habilidades básicas y formación vocacional (informática, costura, maquillaje, etc.) y talleres de concienciación en derechos y habilidades de negociación. Pero para nosotros es tan importante el qué como el cómo.
JRS, desde que comenzó a trabajar en Líbano en 2012, siempre ha mantenido un contacto muy cercano e individualizado con cada persona; de hecho, en todos los colegios y centros se cuenta con una trabajadora social que hace seguimiento y detección de casos que necesiten de apoyo psicológico y los deriva cuando es necesario a nuestro equipo de psicología o, en los casos más graves, a servicios de psiquiatría. Los niños y niñas de nuestros colegios no pueden recibir una educación ignorando todo lo que han vivido: son personas que requieren de una atención diferente, especializada e individualizada. Su proceso de aprendizaje tiene que ir acompañado de otro proceso vital para ellos que es el de la recuperación.
Adicionalmente en algunos lugares se llevan a cabo visitas domiciliarias periódicas a las familias. Es muy importante que estas personas se sientan acompañadas y protegidas en la situación en la que viven y es fundamental que mantengan la dignidad y la esperanza.
¿En cuántos colegios llevan a cabo Entreculturas y JRS sus diferentes proyectos y dónde se encuentran ubicados?
Nuestra intervención se desarrolla en 7 colegios. 6 de ellos están en el Valle del Bekaa, una zona muy cercana a la frontera con Siria donde se encuentra la mayor concentración de población refugiada del país, y tradicionalmente conocida por su inseguridad y sus infraestructuras débiles. Tres de estos colegios se encuentran en la localidad de Bar Elías y otros tres en Baalbek. Por último, gestionamos el colegio FVDL, que se encuentra en el barrio armenio de Bourj Hammoud, en los suburbios al este de Beirut.
¿Cuántas personas estamos atendiendo a través de nuestra labor conjunta?
El alcance varía de año a año, ya que el contexto en el que trabajamos es complejo y hay un cierto movimiento de personas. Actualmente nuestras escuelas cuentan con cerca de 3.000 alumnos y alumnas y, a través de los centros sociales y las visitas domiciliarias, damos apoyo a más de 600 mujeres y unas 300 familias.
¿Cuál es el grupo de mayor vulnerabilidad en los campos y a qué dificultades se enfrentan estas personas? ¿De qué manera les hacen frente y mejoran su resiliencia?
El nivel de vulnerabilidad de la inmensa mayoría de los refugiados es muy alto. Una buena parte de los que viven en Líbano proviene de localidades pequeñas y tradicionales de Siria, donde su nivel de vida previo a la guerra ya era de por sí bajo, por lo que su limitada capacidad para cubrir las necesidades básicas no ha hecho sino disminuir. Como es habitual en contextos de refugio, los niños, las niñas y las mujeres son los grupos más expuestos a las vulneraciones de derechos. En cuanto a la población infantil, se pueden ver expuestos a violencia física, verbal o sexual, al trabajo infantil, al abandono escolar (el 54% de los menores en edad de primaria no están escolarizados) y, en el caso de las niñas, no son pocos los casos de matrimonio infantil o violación conyugal (aún legal en Líbano).
Las mujeres se enfrentan a vulnerabilidades específicas, como son un mayor riesgo de violencia sexual y de género, la restricción en su libertad de movimiento, generalmente por sus propios maridos, y la limitación en su capacidad de decisión en cuestiones familiares.
No hay que olvidar que gran parte de estas personas son vulnerables, pero tienen una admirable capacidad de resiliencia y un potencial alucinante aún por sacar. En los grupos de discusión que hacemos frecuentemente con las mujeres, es muy alentador saber que algunas explican que a sus maridos no les gusta que vengan al centro, ni siquiera a sus hijos, pero no dejan de venir porque en los centros pueden no sólo descubrir su potencial, sino también pueden expresarse libremente, compartir sus experiencias y preocupaciones y sentirse arropadas, tanto por el personal del centro como por el resto de mujeres que acuden a los cursos.