“Las cosas cambian de repente… Nosotros creíamos que íbamos a tener el bebé, que al año iba a caminar y después íbamos a tener que buscar una escuela y etcétera, como cualquier familia”, confiesa Yesenia Ramos, mamá de Samuel, alumno con discapacidad de la Unidad Educativa de Emaús, en Quito. “Al principio, cuando vi que mi hijo no hacía nada, yo estaba muy preocupada, pero luego de ingresar en la escuelita de Fe y Alegría he ido viendo que día a día va avanzando un poquito, va subiendo un pequeño escalón, y eso es lo importante. Suerte que he conocido personas muy buenas que nos han ayudado, no solo a Samuel, también a mí, porque hay veces que uno también se desmorona”.
Según el Consejo Nacional para la Igualdad de Discapacidades (CONADIS), en Ecuador hay registradas actualmente 458.505 personas con discapacidad. De las que están en edad escolar, un total de 22.502 formaron parte del sistema educativo ordinario durante 2018.
En todo el país hay 5.400 centros educativos ordinarios y 106 que son especializados. Justamente, el Ministerio de Educación presentó el año pasado un Manual de Educación Especial y un Modelo Nacional de Gestión y Atención para alumnos con necesidades especiales asociadas con la discapacidad. Asimismo, más de 11.000 docentes se están beneficiando del Programa de Capacitación de Inclusión Educativa y Aprendizaje Sostenible (IEAS).
Sin duda, existe la voluntad oficial de prestar la atención requerida a un colectivo de personas que, poco a poco, va apostando por su dignidad y sus derechos, sin embargo, al menos en el terreno educativo, aún queda camino por recorrer para poder hablar de inclusión y de igualdad.
“Es cierto que el Ministerio de Educación ha realizado esfuerzos para desarrollar una política educativa que haga realidad la inclusión, pero todavía hacen falta muchos cambios para lograr atender la enorme demanda existente y resolver los problemas derivados de una segregación histórica”, afirma Nelly Andrade, coordinadora del Programa de Inclusión Educativa de Fe y Alegría Ecuador. “Las cifras sobre la situación de las personas con discapacidad y los resultados de los procesos de inclusión hasta la fecha evidencian un gran desfase que mantiene a esta población en situación de exclusión”.
Con la intención de sumar esfuerzos en los procesos ya existentes, Entreculturas y Fe y Alegría trabajamos para contribuir al ejercicio del derecho a la educación de niños, niñas y adolescentes con discapacidad en Ecuador. En concreto, buscamos favorecer la inclusión temprana, la permanencia, el aprendizaje y la promoción educativa en cuatro centros de educación regular y dos centros de educación especial de Fe y Alegría en Quito, Manta, Guayaquil y Santo Domingo.
“Lo primero que tiene que garantizar una educación inclusiva es el acceso. Lo segundo, la permanencia. Y, en tercer lugar, el aprendizaje”, afirma Juan Carlos Jiménez, del equipo de Fe y Alegría en Santo Domingo. “Y, una vez que los niños ya han tenido acceso y les hemos allanado el terreno, hay que atender a los papás, hay que acompañarlos en las diferentes etapas del crecimiento de su hijo”.
Fe y Alegría cuenta con un modelo de gestión que centra las responsabilidades del proceso de inclusión en el centro de educación regular. Este enfoque permite que sea el centro educativo quien se apropie progresivamente de sus responsabilidades y deberes en cuanto a inclusión se refiere. Para ello, pone a su disposición un equipo multidisciplinar (psicóloga/o clínico, psicóloga/o educativo, trabajador/a social, logopeda, etc) que, junto al responsable de inclusión educativa, se encarga de trasladar el conocimiento y las herramientas necesarias al cuerpo docente.
Por otro lado, la estrategia pasa también por trabajar paralelamente con las familias y con los alumnos y alumnas, tanto los que presentan la discapacidad como los que no. La idea es fomentar el mutuo descubrimiento, la aceptación y la adaptación para que la inclusión sea algo progresivo y no genere frustraciones ni rechazos. En este propósito juega un papel fundamental la detección y atención temprana. Por ejemplo, muchos niños y niñas con discapacidad auditiva llegan a los 8 ó 9 años sin conocer la lengua de señas o cualquier otro método alternativo de comunicación. Sin el lenguaje resulta muy difícil avanzar en la educación de estos niños y niñas que se presentan ahora en el centro educativo, lo que genera una enorme frustración en las familias, los docentes y en los propios niños y niñas que no se pueden relacionar en igualdad de condiciones con la sociedad. Asimismo, muchas familias desconocen o carecen de un diagnóstico claro de la discapacidad de sus hijos e hijas, lo que a su vez genera falsas expectativas o subvaloración de las capacidades de sus pequeños. La detección y estimulación temprana (desde los primeros meses de vida hasta los 3 años) es crucial para lograr la verdadera inclusión.
“Mi hijo vino a los dos años y medio, él caminaba pero temblosito y se caía, yo no pensaba que mi hijo iba a tener el tremendo adelanto que ha tenido… él, así como ustedes lo ven, ahora llega a la escuela, saluda a todos, y pone mucha atención. Él no intentaba comer solo, pero acá la profesora le enseñó, y eso es un adelanto que mi hijo ha tenido”, cuenta Rosa Mendoza, mamá de Evelio Laje, alumno de la escuela Tepeyac, en Guayaquil.
“Los propios padres se han dado cuenta de que sus hijos tienen determinadas capacidades que pensaban que no tenían. Han cambiado su idea de que iban a ser bebés permanentes a los que hacerles todo y el pensamiento de que nunca podrían educarse. Muchos papás y mamás han aprendido lenguaje de señas, o braile y se han asociado para hacer frente a la situación junto a otros padres y madres en situaciones similares”, explica Juan Carlos.
En los cuatro centros de educación educación regular, Fe y Alegría atiende a 296 niños y niñas de 0 a 6 años con diferentes tipos de discapacidad. En los dos centros de educación especial son 156 los estudiantes de entre 6 y 20 años que se benefician del proyecto de educación inclusiva. Junto a ellos, 87 docentes reciben una formación específica para la adecuada atención y acompañamiento de los alumnos y alumnas con necesidades educativas especiales.
“Una persona que cambia de idea y acepta la diferencia y legitima esa diferencia eso es para nosotros un horizonte muy claro de que Fe y Alegría está caminando y está aportando tanto a la sociedad como, sobre todo, a las familias para que fortalezcan su autoestima y se sientan grandes, porque la diferencia es lo cotidiano”, sentencia Nelly.
Fe y Alegría ha logrado ya varios reconocimientos en el marco del Concurso Nacional de Buenas Prácticas en Educación Inclusiva, organizado por la OEI y el Ministerio de Educación. Más información: http://inclusion.feyalegria.org.ec