Katrine Camilleri, el ejemplo de una mujer luchadora
Este premio fue creado en 1954 en memoria del insigne explorador noruego Fridtjof Nansen, primer funcionario internacional que trabajó en favor de los refugiados.
"Los solicitantes de asilo que llegan a muchos países de todo el mundo están siendo encarcelados en condiciones de extrema dureza. Sin haber cometido ningún crimen, padecen una grave injusticia. Tras escapar de la pobreza y de la persecución, todo lo que muchos de estos refugiados conocen en su país de asilo es el interior de un centro de detención", denunció Camilleri tras recoger su premio. Y es que la abogada hizo un llamamiento a los gobiernos presentes en la 58ª reunión anual del comité de gobierno de la Agencia de la ONU para los Refugiados a fin de que se busquen alternativas reales y humanas a la detención de solicitantes de asilo y refugiados en todo el mundo, y para dar pasos concretos de cara a contrarrestar la xenofobia que sufren los refugiados.
Desde 1997, la Dra. Camilleri ha ofrecido asesoría legal a cientos de detenidos, ayudándoles en sus solicitudes de asilo o denunciando su detención, especialmente la de los más vulnerables, como podrían ser enfermos crónicos y personas con discapacidades o problemas de salud mental. La respuesta del gobierno a la llegada de cada vez más solicitantes de asilo y el consiguiente aumento de detenidos, llevó al JRS a ampliar sus servicios a los detenidos, en 2002, impulsando iniciativas como la de los visitantes voluntarios, proyectos de asistencia trabajo social y facilitando el acceso al sistema de salud. Esta abogada, y madre de dos hijos, también da clases sobre la ley de refugio a estudiantes universitarios, organizando prácticas y ayudando a que jóvenes malteses apoyen a solicitantes de asilo. Esta actividad forma parte de la campaña de sensibilización del JRS para contrarrestar la expansión de la xenofobia. Esta podría ser la razón que motivó el ataque incendiario en 2006 contra la casa y el coche de la Dra. Camilleri. Lejos de amedrentarse, ella continuó luchando por aquello en lo que cree. |
"Hay alternativas. En vez de la detención, los gobiernos podrían pensar en colocar a los solicitantes de asilo en centros abiertos, aplicar requisitos de informes regulares y programas de libertad supervisada. El recurso de la detención debería evitarse siempre que sea posible y es sumamente urgente y necesario mejorar los servicios en los centros. Por encima de todo, no debería encarcelarse jamás a niños, niñas o miembros de otros grupos extremadamente vulnerables", añadió.
Las palabras de Katrine han tenido resonancia entre los compañeros del JRS en todo el mundo: "Durante los últimos cinco meses, Asha y sus dos hijos pequeños han permanecido en una gran sala de un centro de detención (IDC) tailandés junto a otras 170 mujeres y niños. Sólo pueden salir a hacer ejercicio durante dos horas a la semana y su hija de siete años sólo puede acudir a la escuela dos veces al mes. Y lo que es peor, ya no se permite al ACNUR llevar a cabo procesos de determinación del estatuto de refugiado en el centro. Asha y su familia sólo tienen dos opciones: o regresar a casa y enfrentarse a la persecución o permanecer indefinidamente en el IDC", ha declarado el responsable de advocacy del JRS Tailandia, Chen Chen Lee.
"Ana es una mujer negra refugiada colombiana de 48 años que vive en Ecuador. Un día, mientras estaba vendiendo sus productos artesanales en la calle, una ecuatoriana arremetió contra ella, acusándola de robar el trabajo a los ecuatorianos y la denunció a la policía. Ana, que en aquel tiempo no disponía de documentos, se asustó tanto que prácticamente no salió de su hogar hasta que fue reconocida como refugiada. Por desgracia, éste no es un incidente aislado. Si el Estado no actúa ¿quién protegerá a Ana?" se pregunta el director del JRS Ecuador, Guillermo Rovayo.
Historias reales
ITALIA. El precio de la protección- 1,200 dólares y cinco vidas perdidas
Fue un milagro que el ciudadano sudanés de 26 años, Alí, llegase vivo a Italia.
Tras dos meses en Trípoli (Libia) y tras pagar 1.200 dólares, Ali consiguió un pasaje para la isla italiana de Lampedusa en una balsa de goma. El contrabandista le dijo que era un viaje de apenas 12 horas. Junto a 15 varones sudaneses, un niño sudanés y una pareja de Ghana, embarcaron hacia Italia. Pensando que se trataba de un viaje de menos de un día, nadie hizo acopio de alimentos. Les dijeron que si llevaban mucha comida, habría menos espacio para sus maletas. En realidad, dijo Alí, a duras penas cabían 17 personas.
El viaje se prolongó durante seis días y cinco de ellas no lo terminaron. Fue una pesadilla, dijo Alí al personal del JRS. Tras 25 horas en el mar, empezó a filtrarse agua en el bote y la comida y el agua potable se acabaron. Para él fue como un rayo de esperanza ver un enorme y blanco barco aparecer en el horizonte. La tripulación se negó a recogerlos y Alí sintió que habían perdido la única oportunidad de ser rescatados.
A la cuarta noche, el agua ya les llegaba al cuello. Presos de la desesperación lanzaron el motor y los depósitos de gasolina al mar en un intento de aligerar la pequeña embarcación. Cuatro de los pasajeros decidieron abandonar la ya inservible embarcación agarrándose a los barriles vacíos de gasolina. Nunca llegaron a tierra.
Al sexto día, la balsa se volcó tras ser golpeada por una gran ola. Trece de ellos quedaron bajo las aguas, pero sólo doce salieron a flote. La mujer ganesa nunca regresó. Su esposo ni siquiera tuvo la fuerza necesaria para buscarla. En aquel momento, Alí pensó que ya no había nada que hacer. Minutos después, vieron un barco, pero estaba convencido de que no les ayudarían. En aquel momento, Alí perdió la conciencia. Se despertó en el barco rodeado de personas que lo observaban.
A su llegada a Italia, Alí pasó dos meses en un centro de detención en la isla de Lampedusa, en el sur de Europa. Tras ser transferido al centro de Agrigento, se le expidió una orden de deportación sin haber tenido la posibilidad de solicitar asilo. Así que abandonó el país y fue al Reino Unido. En el Reino Unido se le impidió la entrada informándole de que, de acuerdo con la Convención de Dublín, estaba obligado a solicitar asilo en el primer país europeo en el que entrase.
"Resulta difícil pensar en lo que ocurrió...Nadie explica que estamos desesperados y dispuestos a morir para huir de nuestros países destruidos por la guerra ...", dijo Alí al personal del JRS Italia.
Con la ayuda del JRS, las autoridades italianas concedieron el permiso para que Alí pudiera permanecer en el país.
SUDÁFRICA. La protección no es efectiva si los solicitantes de asilo viven en la pobreza o explotados
En agosto de 1997, Blaise Nzuzi huyó de la persecución en la República Democrática del Congo (RDC). Viajando por tierra a través de Zambia y Zimbabue, llegó a Sudáfrica un mes después de su salida. Dado lo apresurado de su partida, no pudo solicitar el visado de entrada a Sudáfrica. Sin embargo, a las pocas semanas rectificó su estatus como indocumentado al pedir asilo al Departamento de Interior.
Blaise consiguió, de entrada, un permiso como solicitante de asilo. Por desgracia, el permiso explicitaba que no podía ni trabajar ni estudiar mientras esperaba la decisión sobre su solicitud. En la RDC, y con apenas 22 años, se encontraba en el último curso de Universidad donde estudiaba salud pública. Todas sus esperanzas de graduarse como universitario se esfumaron.
Antes de pensar en ponerse a estudiar, Blaise necesitaba encontrar un empleo para sobrevivir. Aunque tenía algunos ahorros y su hermano refugiado en el Reino Unido le enviaba algo, Blaise no disponía del dinero necesario para aguantar mucho tiempo.
Al principio alquiló una habitación en un apartamento de tres, con otras cinco personas solicitantes de asilo, dos parejas y un niño. Blaise encontró pronto un trabajo como ayudante de ventas vendiendo ropa al por mayor. Sin embargo, sólo ganaba 120 rands por semana (12 dólares), muy por debajo del salario mínimo sudafricano. Sin permiso de trabajo, no tenía derechos laborales. Era cuestión de aguantar o morir de hambre.
Después de trabajar seis meses con salarios de miseria, Blaise recibió más dinero de su hermano. Con ello pudo comprar alguna ropa al por mayor y crear un pequeño negocio. En aquel tiempo, seis de sus hermanos y hermanas se vieron obligados a huir de la RDC. Encontró un nuevo apartamento y, todos juntos, Blaise y sus hermanos trabajaron en el negocio de ropa y pudieron salir adelante.
En junio de 1999, Blaise empezó a colaborar con el JRS en Johannesburgo como voluntario, trabajando como intérprete de sus compatriotas solicitantes de asilo. Lo hacía sin cobrar nada hasta que, al fin, fue reconocido como refugiado por las autoridades sudafricanas, dos años y medio después.
En 2001, dejó el negocio de la ropa a su hermana y empezó a trabajar a tiempo completo con el JRS. Hoy es coordinador de salud del JRS en Johannesburgo.
A Blaise las cosas le salieron bien. Si no hubiera tenido el apoyo de su familia, en especial de su hermano en el Reino Unido, su vida podría haber sido mucho peor. Miles de solicitantes de asilo viven en la pobreza y la explotación en Sudáfrica.
TAILANDIA. Solicitantes de asilo y refugiados detenidos indefinidamente
Niños de siete años sólo acuden a la escuela dos veces al mes
Asha y su familia huyeron de Sri Lanka cuando los militares sospecharon que ayudaban al grupo rebelde tamil, conocido como LTTE. Pensaron que en Tailandia les protegerían. Sin embargo, todo lo que Asha encontró fue una caliente y abarrotada celda en el centro de detención de inmigrantes (IDC) de Bangkok.
Ella no ha visto a su esposo desde que fueran arrestados por la policía de inmigración el pasado mes de abril. Él está en una de las salas para hombres del IDC sin posibilidad de comunicarse con su familia excepto a través de mensajes que consiguen pasarse en secreto. Un día su hija le llamó. Gritó: ‘papá, papá'. Como castigo por gritar, las autoridades de inmigración le impidieron ir a la escuela durante una semana.
Durante cinco meses, Asha, su hija de siete años y su hijo de tres han estado viviendo en una gran sala junto a otras muchas personas. Comparten la habitación con 170 mujeres y niños. Sin sábanas ni privacidad. Los detenidos no tienen nada que hacer: sólo sentarse, dormir y esperar. Apenas pueden distinguir entre la noche y el día.
"La comida es muy mala. Normalmente comemos arroz hervido. A veces huevos si es que no están podridos. Sobrevivimos gracias a la comida que nos venden otros detenidos y la policía. Pero nos cuesta el doble de lo que pagaríamos fuera. No sé qué es lo que va a pasar cuando se me termine el dinero," diiceAsha.
Ella teme por la salud y la educación de sus hijos. Siempre están con tos, dolor de estómago y conjuntivitis y no tienen ni un libro ni un juguete. La guardería del centro es demasiado pequeña para atender a todos los niños del IDC. Su hija sólo va a la escuela dos veces por semana y durante unas pocas horas, pero el hijo pequeño sólo puede ir una vez al mes.
El arresto de Asha en abril de 2007 coincidió con el cierre de equipamentos para los detenidos del IDC. Se cortó la venta de alimentos, la zona de paseo se cerró y se restringieron las actividades de muchas ONG durante cinco meses. A finales de agosto, la policía empezó a volver a permitir algunos paseos a los detenidos. También se ha permitido a los hijos de Asha hacer ejercicio en el patio durante dos horas a la semana. Es el único ejercicio que hacen.
Asha y su familia son solicitantes de asilo. Aproximadamente hay 190 refugiados y solicitantes de asilo dentro del IDC. Antes de abril de 2007, la agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) pudo tramitar las solicitudes de refugio de los solicitantes de asilo del IDC que, de ser reconocidos, podrían ser reasentados en un tercer país. Fue un proceso lento pero era el único medio para salir de la detención. Desde entonces, el ACNUR no ha tenido acceso a los solicitantes de asilo ni a los refugiados del IDC. La única opción que les queda a los refugiados es o regresar a su país de origen, donde podrían ser víctimas de persecución, o permanecer indefinidamente en el IDC. Asha no sabe cuánto tiempo lo podrá soportar. "Al menos estamos vivos...Si volvemos a casa, podría ser por poco tiempo" dice.