CHAD: EL ESTIGMA DE LA MENSTRUACIÓN PARA LAS ADOLESCENTES REFUGIADAS
“Enciendo la tele: una chica joven en una bicicleta, la melena al viento. Está llena de vitalidad y sonriente. Es una adolescente como otra cualquiera en Occidente. Tiene un gran grupo de amigas en el colegio, le encanta ir de compras, bailar y hacer deporte. Ella dice que, a pesar de su menstruación, puede continuar con sus actividades cotidianas gracias a su protección, ¡nada la para! Y yo me pregunto: ¿Qué ocurre en el caso de las adolescentes en los campos de refugiados?”, reflexiona Sifa Kaite, Coordinadora Nacional para la Protección de la Infancia en el Servicio Jesuita a Refugiados en Chad.
La situación para las mujeres en un país como Chad no es fácil, ya que se enfrentan cada día a múltiples barreras culturales, religiosas y sociales que afectan a todos los ámbitos. En el caso de las jóvenes que, además, viven en los campos de refugiados del país la vulnerabilidad es doble: son mujeres y refugiadas.
Chad es uno de los países más empobrecidos del mundo: según el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), ocupa el puesto 186 de 188 en el Índice de Desarrollo Humano. Pese a todo, comparte lo poco que tiene con más de 600.000 personas refugiadas y desplazadas procedentes de los países vecinos donde las guerras o el terrorismo atenazan a la población. Más de la mitad de ellas llegó huyendo del conflicto de Darfur (al Oeste de Sudán) y se refugió en alguno de los 13 campos que se extienden a lo largo de la frontera Este de Chad.
A su llegada a los campos las necesidades más básicas fueron cubiertas, pero hoy, 15 años después del inicio de los enfrentamientos, la situación en Darfur no parece tener un fin próximo y los refugiados continúan dependiendo casi por completo de las ayudas internacionales. El problema es que dichas ayudas se han ido desviando hacia otros conflictos más recientes, lo cual ha afectado seriamente a los servicios más fundamentales, entre ellos, la educación.
Entreculturas apoya desde hace más de una década la labor del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en Chad, concretamente en los campos de las ciudades de Gozbeida, Iriba, Guéréda y Koukou. Ofrecemos educación, formación de docentes y apoyo psicosocial: el JRS es el encargado de la educación de más de 60.000 alumnos y alumnas refugiados, repartidos en los diferentes campos desde preescolar hasta educación postsecundaria (casi el 70% de los niños, niñas y jóvenes refugiados en Chad en edad escolar).
Tan pequeñas son las perspectivas de poder regresar a Sudán que el Gobierno chadiano impulsa desde 2014 un plan de adaptación curricular con el que se pretende garantizar la integración de los niños y niñas sudaneses en el sistema educativo formal, aunque -dada la pobreza y la inestabilidad política de Chad- las infraestructuras escolares se han visto muy resentidas, lo cual, unido a la escasez de docentes y las precarias condiciones higiénicas de los centros, ha provocado que la tasa de alfabetización no supere el 22,3%.
Entre los numerosos desafíos que se plantean hay una realidad que podría pasar desapercibida pero que, en el contexto chadiano supone un grave problema para las jóvenes, especialmente para las que viven en un campo de refugiados: la menstruación. El JRS Chad detectó hace un tiempo una especial dificultad en la forma en que las niñas y jóvenes gestionan su higiene menstrual, su sexualidad y los cambios físicos y psicológicos derivados de la pubertad. No solo por tratarse de un tema tabú en la sociedad, sino por limitaciones reales como la falta de agua, la escasez de productos higiénicos o la inexistencia de instalaciones sanitarias adecuadas. Son muchas las niñas que se ausentan de las escuelas durante su menstruación o que, incluso, terminan por abandonarlas, lo que repercute claramente de manera negativa en la calidad de su educación y en su desarrollo personal y psicológico.
El tema de la menstruación no sólo trae consigo problemas de higiene y salud, sino que viene acompañado de un contexto de fuerte violencia psicológica hacia las niñas. Durante la menstruación las mujeres son completamente apartadas y estigmatizadas, ya que el componente religioso juega también un papel importante. La menstruación no solo repercute en el hecho de que dejen de ir a la escuela, sino que hace que las niñas se sientan solas y avergonzadas, sin las herramientas suficientes para poder gestionar esta situación.
Todo este entorno de aislamiento y ocultación ante este tipo de temas y cambios normales de la adolescencia hace que las niñas entren en un círculo vicioso del que es difícil salir. La falta de información y comunicación ante situaciones de violencia desemboca en que las chicas no sean capaces, ni siquiera, de identificarlas y por tanto de denunciarlas o combatirlas por ellas mismas. Desde la adolescencia adquieren un rol pasivo en el que no tienen el derecho a hablar sobre determinadas cosas, en un contexto en el que asumen que soportar y callar se convierte en su obligación como mujeres.
La violencia a la que se ven sometidas es no solo psicológica, sino también física. Muchas de ellas no tienen suficientes recursos para ir a la escuela, por lo que a menudo tienen que realizar otras actividades complementarias para obtener ingresos, como, por ejemplo, ir a recoger leña, aunque esto suponga un grave peligro, ya que sufren acoso por parte de los hombres, siendo incluso violadas en el peor de los casos. La realidad es que este rol de inferioridad hace que no solo sea la sociedad la que legitima la violencia contra la mujer, sino que en muchos casos sean los miembros de sus propias familias los que ejercen violencia contra ellas.
Construyendo alternativas: el proyecto para la gestión de la salud menstrual
El proyecto Menstrual Health Management (MHM) o proyecto de Gestión de la Salud Menstrual, comenzó en Chad en 2016 en los campos de Gozbeida (Djabal y Kerfi) y de Iriba (Amnabak, Touloum e Iridimi). En una segunda fase, gracias al apoyo de Entreculturas, se ha expandido a los campos de Guéréda (Mile y Kounoungou) y de Koukou (Goz Amir).
El objetivo es mejorar el conocimiento -tanto entre el alumnado como entre el equipo docente- de todo lo que lleva aparejada esa circunstancia natural, desterrando todo tipo de prejuicios y tabúes. Asimismo, el proyecto contempla la distribución de material higiénico entre las niñas y adolescentes. Lo que se pretende es obtener un verdadero impacto en las niñas mediante el cual sean capaces de hacer frente al contexto de violencia, tanto física como psicológica, al que se enfrentan, que aprendan a gestionar sus cambios y que empiecen a vivir su menstruación como algo natural de lo que no tienen que avergonzarse y, mucho menos, por lo que deban abandonar sus estudios. Cuando las niñas abandonan el colegio tan pronto hay menos posibilidades de que recuperen su educación y vuelvan a clases, lo que las hace más vulnerables al matrimonio infantil forzado, la violencia y los abusos sexuales o las violaciones.
Tras las diferentes sesiones de formación impartidas en los campos, el equipo del JRS ha querido medir el impacto que el proyecto ha tenido en la vida de las niñas y del resto de la comunidad. Para ello se ha llevado a cabo un estudio de evaluación entre mayo y julio de 2018 que ha constado tanto de entrevistas individuales como grupales mediante las cuales los beneficiarios de las formaciones han podido intercambiar opiniones y hablar abiertamente sobre los temas tratados, pudiendo medir así su impacto social.
En cuanto a los resultados, el 100% de las niñas entrevistadas aseguró que, antes de la formación, había faltado alguna vez a clase como consecuencia de la menstruación. Además, ninguna de ellas conocía la duración del ciclo menstrual y cambiaban su compresa tan solo una vez al día. Tras la formación todas aseguran que se cambian 3 veces al día y conocen sus ciclos. Las niñas no solo han mejorado su higiene y gestión menstrual, sino que ahora también tienen un conocimiento mucho más amplio sobre educación sexual y sobre cómo todo esto puede afectar a su educación.
Otro de los grandes cambios observados en las chicas es que, tras su proceso de aprendizaje, son capaces de hablar abiertamente del tema en determinados contextos. El 100% de las asistentes asegura que nunca había tratado el tema de la menstruación con un hombre y solo el 50% de ellas había hablado de ello con sus madres. Tras la formación, todas las madres dicen haber hablado de ello con sus hijas, ya que sus propias hijas han compartido con ellas lo aprendido en los cursos.
El cambio ha sido tan significativo que, incluso entre la propia comunidad refugiada, han empezado a surgir ciertas iniciativas para apoyar a las niñas durante su menstruación. Las madres han comprendido la importancia que este tema tiene para la educación de sus hijas y han decidido utilizar las AME (Asociación de Madres de Alumnos) para poder sensibilizar a las niñas en las escuelas y continuar dándoles apoyo e información. Asimismo, las chicas aseguran que hablan del tema entre ellas y han empezado a ayudarse, por ejemplo, dando una compresa a sus compañeras si les viene la menstruación durante una clase.
La educación es la principal herramienta con la que las niñas cuentan para poder luchar contra la situación de discriminación continua a la que se ven sometidas. Gracias a las formaciones son capaces de identificar por ellas mismas los diferentes patrones de violencia y, por tanto, hacerles frente. La mejora de la higiene menstrual es primordial para garantizar la educación de las niñas. Desde Entreculturas, de la mano del Servicio Jesuita a Refugiados, seguimos trabajando para que, algún día, la menstruación se reduzca a un spot publicitario con chicas sonrientes que montan en bicicleta y deje de ser una cuestión más con la que perpetuar las desigualdades de género.
- Conoce más sobre nuestro trabajo en el marco del Programa La Luz de las Niñas