Diario de Rozalén - Día 1
“De qué nos sirve la capacidad si no tenemos oportunidad...”
Ésta es la frase que hoy da vueltas a mi cabeza y todo lo resume.
El día comenzó bien temprano. Hemos desayunado con Sara Curruchich, cantautora guatemalteca, mujer indígena, de 25 años. Querían que este primer día lo viviéramos juntas porque la música es, de nuevo, el nexo más bello y fácil. Canta hermoso y viene vestida con su traje típico de su cultura maya Kachiquel. Nos ha contado algunas de las dificultades que sufrió cuando llegó a la ciudad, el rechazo que vivió por ser mujer y por ser indígena, porque existe el racismo entre los que nacieron en una misma tierra. Tal fue que durante unos meses dejó de vestir con sus ropas. “De repente me aceptaban, me acogían dentro de sus círculos... Pero sentía que me estaba avergonzando de mi mamá, de mi raíz y volví a mis telas”.
En menos de 24 horas hemos improvisado juntas dos mini conciertos.
Después visitamos un colegio en El Limón, un antiguo asentamiento que ya es aceptado como colonia. Una de las 12 zonas rojas de la ciudad (zonas más violentas y peligrosas).
Desconocía el modelo de vida de estos barrios... Están organizados por pandillas, por maras. Extorsionan, amenazan a las familias por dinero. “Te entregan un teléfono desde el que recibirás una llamada de extorsión. Ahí comienza el terror”. Sólo hay 3 opciones: o pagas o te vas o te matan. La normalidad de cada semana son balazos, muerte y el sonido de ambulancias. Se matan también entre ellos por la territorialidad. Desde que comenzó el año van 6 niñas asesinadas por arma en esta colonia, el mismo número de feminicidios que llevamos en toda España en este período.
La adorable abuelita Doña Chave, orgullosa de poder cuidar a sus nietos mientras su hija trabaja, nos explica sin que se le apague la sonrisa espléndida del rostro que sale al mercado como los caballos, sin mirar a los lados, directa a la compra y rapidito para casa sin hablar con nadie. Ver, oír, callar. La cultura del silencio, el lema de estas calles. Lo que hay. La vida que les ha tocado vivir.
Los niños que visitamos hoy viven expuestos a esa violencia criminal, a la pobreza, a la falta de oportunidades.
Después de todo lo explicado era inevitable quedarme mirando a estos niños e imaginar el futuro que les depara, porque sólo cuando ponemos rostro a las historias es cuando nos duele.
Algunos no saldrán nunca de esta colonia. Probablemente acabarán siendo parte de esas pandillas, asesinando, asesinados, huyendo o en la cárcel, al igual que sus padres y hermanos. Algunas de esas niñas dejarán sus estudios, se casarán aún siendo menores, quedarán embarazadas y dedicarán su vida al hombre y al hogar en sumisión. Algunas cuidan de sus hermanos pequeños cuando salen del colegio, con 5, 6 años asumen la responsabilidad de cuidar a un bebé. Algunas son agredidas sexualmente por miembros de su entorno cercano. Embarazadas de su propio padre, su primo, su vecino. Serán prostituidas para llevar algo de dinero a casa. “Imagina la angustia de dejarlas al cuidado de quien las viola...”.
Pero muchos de ellos, quiero pensar la mayoría, crecerán sabiendo que en la vida hay otras opciones, otros caminos alejados de la violencia.
Hay un único lugar en toda la colonia donde sentirse a salvo: la escuela. Hasta los que matan respetan a las maestras y al centro como un lugar sagrado. Y quien se atreve a amenazarles acaba siendo asesinado.
Su educación es la vía, la luz, la salida, la oportunidad... El único lugar donde nace un mínimo de amor propio porque cantan una canción mientras se abrazan y besan a ellos mismos que dice:
“Qué lindo soy,
qué bonito soy,
cómo me quiero,
sin mi me muero,
y jamás me podré olvidar....”