Un fragmento de mi vida en Haití, por Olga Regueira, voluntaria de Entreculturas

" Haití es un pequeño país lleno, muy lleno, llenísimo de su gente (quien quiera que lea "superpoblado"). Está situado en un rinconcito del mundo, pared con pared con su vecina República Dominicana, a un saltito de islas como Puerto Rico, Cuba y, sobre todo, con la fuerte influencia de un cercano y poderoso Miami.  

  Dominicana_Olga Desde que llegas te sorprenden las mismas cosas que cuando lo haces a otros muchos lugares... El caos circulatorio, la suciedad, decadentes construcciones y carreteras que, antes de terminar, ya están deterioradas. La pobreza, el transporte público-privado que casi no existe, las vergonzosas miserias humanas de su antigua y reciente historia. Las carencias extremas de los barrios urbanos más poblados, los más pobres. Las urgentes necesidades por cubrir en los entornos rurales desertizados... Ojos amarillos, vientres hinchados, heridas abiertas incapaces de cicatrizar, jirones de tela a modo de camisas, de pantalones. Mucho calor de día y, sin embargo, el frío de sentirse abandonados por su propio pueblo.

No es diferente a muchos lugares de América Latina. No es diferente a muchos lugares de África... Esta mezcla, este combinado de ambos continentes hace a este país un lugar muy interesante y tal vez esta diversidad sea su riqueza. Qué lejos de esa tierra, África, y qué cerca de sus orígenes y cuánto orgullo, cuantas ganas de no perder esta identidad. Luchan por ello a través de su forma de vestir, de sus peinados, de sus colores, de sus cantos, de sus ritos, de sus carteles, de su artesanía, de su forma de hablar ...pero ¡ay, amigos, estamos en el Caribe! Y son cálidos, alegres, de sonrisa fácil. Son muy sensuales y siempre que pueden les encanta disfrutar de la vida, disfrutar de esta luz del sol que deshace, que seca. Disfrutar de la lluvia, esta lluvia que cae y mata, la misma lluvia que en muchas ocasiones es el único agua con la que lavarse. Disfrutan de la desnudez de un niño que corretea buscando a su madre o abuela y ríen... ríen porque llorar no les proporcionará lo que necesitan.

Es un pueblo duro. Y a la vez es un  pueblo rudo, que desconfía. Es un pueblo bajo la garra de la especulación, de las mafias, del dinero fácil, del control económico y militar del "extranjero". Pero son minorías, fuertes, poderosas, pero minorías; y díganme, por favor, ¿dónde no existen?

Ayer, al ir caminando a casa tras el trabajo, por la misma veredita en la que yo marchaba de repente decidió torcer su destino una vaca. Apareció de pronto, sin avisar, por la derecha. Era una vaca alta, grande, no gorda, de pelo castaño casi pelirrojo y marchaba con un aplomo y una decisión envidiable a esas horas en las que el calor lleva tiempo ya confiscando la voluntad del resto de los vivos.

Al cuello llevaba una soga pero la flojera de ésta y la velocidad que llevaba la vaca hacían pensar que se había soltado de alguna prisión y que huía buscando una sombra. La vi pasar, con cierto temor, arrastrando varios metros de maroma.

La magia comenzó a suceder... (o tal vez demasiado sol sobre mi cabeza), lo que parecía ya el final de la soga no sucedía. Es más, comenzó a levantarse sobre el suelo, cada segundo, un centímetro más. Hasta que vislumbré  primero unas manitas que peleaban por no soltar la cuerda. Unas manitas que correspondían al responsable circunstancial de la vaca. No tendría más de tres años, aún pelón y  muy negro, llevaba una camiseta amarilla raída pero con el color brillante y un pantalón corto-cortado que le servía también a su hermano mayor y tal vez a su padre. Con gesto enfadado, la boca apretada, hundiendo en la tierra sus pies descalzos y utilizando todas sus fuerzas en poder levantar completamente la soga del suelo... Así intentaba imponer su ritmo a la vaca... Un día crecerá... ¡y lo hará!

Así es este pueblo... ¡algún día lo harán! Así somos... ¡algún día lo haremos! "

 

Olga Regueira
Junio 2007, Haití
http://enhaitihastael2009.blog.com/