“El circuito migratorio hacia el norte se ha vuelto cada vez más peligroso”
- Argentina
Soy Julio Villavicencio, soy sacerdote jesuita, Director del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) Argentina y Uruguay. El SJM de Argentina y Uruguay está dividido en áreas: tenemos el área social, de educación, de Pastoral, de Incidencia y el área de medios de vida, que es nuestra última apertura. Trabajamos para acompañar a las personas migrantes y refugiadas para su integración, y también para la defensa y acceso a los derechos.
Este proyecto se fundó en 2019 a raíz del flujo venezolano, ¿puedes comentarnos los inicios?
El SJM en Argentina tiene un antecedente previo en 2005, pero que no llega a ser un Servicio Jesuita a Migrantes con la proporción que tenemos ahora. Oficialmente el SJM en Argentina y Uruguay se abre en el año 2019, un poco producto de la crisis humanitaria venezolana, que genera un gran flujo migratorio en toda América Latina, en toda la región. En ese sentido, esta necesidad y la crisis dieron pie a poder abrir el SJM en Argentina y en Uruguay, pero a medida que fuimos avanzando en la problemática migratoria o acompañando a las personas en este proceso que también es de refugio, fuimos descubriendo muchas otras nacionalidades que estaban postergadas históricamente, y que estamos también tratando de acompañar y aprender.
¿Cuáles son los principales países de procedencia que estáis atendiendo?
Principalmente Venezuela, y quizás le sigue en segundo lugar Colombia, sobre todo como producto de este recrudecimiento de la violencia dentro del país, que genera también una nueva ola de expulsión. También lo que hace que la situación o el circuito hacia el norte se haya vuelto cada vez más peligroso, y más difícil el ingreso y el acceso, provoca ahora muchos flujos migratorios hacia el sur. De ahí que también haya mucha migración colombiana que está llegando a Argentina y Uruguay.
Entonces, refiriéndonos a Argentina yo hablaría de Venezuela, Colombia, y luego países extra de Mercasur como Haití, República Dominicana y algunas nacionalidades de África subsahariana. Centrándonos en Uruguay, también estamos hablando de mucha presencia de nacionalidad venezolana, pero en segundo lugar entraría el flujo migratorio cubano y en tercero el dominicano: esos serían más o menos los flujos o las nacionalidades que acompañamos en el SJM.
¿Cómo trabaja el SJM con los flujos migratorios que comentabas inicialmente? Cuando una familia llega al país ¿cómo os conoce, cómo es la acogida..?
Hay dos grandes tipos de perfil que abordamos. Unos son personas que ya han llegado a la Argentina o a Uruguay y por alguna situación no han logrado tener un proceso de integración exitosa, y el otro incluye a caminantes que recién llegan, en situación de gran vulnerabilidad, incluso algunos solo traen lo puesto.
Los primeros llegan sobre todo por el tema habitacional, tanto en Uruguay como en Argentina. Entonces tenemos que acompañarlos en todo un proceso que comienza con lo laboral, con lo habitacional muchas veces. Con respecto a los segundos, estos muchas veces nos escriben antes de llegar al país. También pasa que cuando entran en territorio nacional alguien les indica nuestra dirección, sea en una parroquia o por ejemplo en la terminal de buses, y cuando nos timbran nos encontramos con familias que no tienen a dónde ir.
¿Cuál es el perfil de las personas que llegan? ¿Son más familias completas, o más bien personas adultas, menores… ?
En el tema del trabajo con la migración las dinámicas van cambiando muy rápido. Por ejemplo, si de repente hay una crisis en un país se va a notar en unos meses con un impacto social, económico, político... Entonces varían muchísimo los perfiles y las nacionalidades de las personas que van llegando.
Un ejemplo sería la migración venezolana, que se caracterizó desde más o menos 2018 hasta el 2020 de antes de la pandemia, por ser una migración con un perfil de jóvenes entre 27 y 35 años con cierto nivel de estudios.
Con respecto a las personas que llegan, ¿estas se quedan o vuelven a sus países tras pasar un tiempo?
Hay de todo. Lo que hemos visto últimamente es que se ha generado una suerte de circularidad en la población migrante, o en cierta población migrante. Algunos de ellos se instalan, se integran, pues su objetivo ha sido llegar a un lugar y conseguir adaptarse a él, para no tener que seguir moviéndose.
Pero hay otras familias y personas que han desarrollado una suerte de búsqueda y no le tienen miedo a trasladarse de un país a otro. Cruzan por donde puedan hacerlo, no solo a través de lugares regulares, y esa migración ha hecho una suerte de circularidad donde van bajando, y como no han podido integrarse o han tenido procesos fallidos en otros países siguen buscando. Cuando llegan, como tampoco en un corto plazo logran lo que quieren, vuelven a salir.
¿De qué manera ha afectado la pandemia y de qué manera os habéis tenido que adaptar a esta realidad en vuestra misión?
La pandemia fue un golpe durísimo para todos, y nosotros lo vivimos con las familias, sobre todo con las que trabajan mayoritariamente con venta ambulante. La crisis sanitaria global implicó no tener ingresos, no tener para comer, o no tener para pagar el alquiler. Por ello tuvimos que concentrar mucho nuestra energía en lo que es la asistencia humanitaria, dejando más de lado otros muchos servicios, o rebajando la intensidad en ellos y concentrando todas nuestras fuerzas en asistencia humanitaria.
Así, nuestra principal labor era sobre todo esto, lo básico: entregar alimentos, llevarlos puerta por puerta, lo cual era todo un sistema de recibir por Whatsapp, o por llamadas telefónicas, ubicar a las personas, hacer un mapeo y luego generar toda una logística para entregar todos estos alimentos, que no a todos podían llegar… No nos alcanzaba para todas las solicitudes que había.
Para concluir, ¿cuáles son vuestros retos en este año?
Una de las líneas muy marcadas es la integración socioeconómica, o sea el trabajo. Tenemos el área de medios de vida, ámbito en el que estamos haciendo mucha fuerza para tratar de vincular a las personas con trabajos formales, así como para ayudar a las personas a crear sus propios emprendimientos. Por ejemplo estaría nuestra línea “Soy Refugio”, pensada sobre todo para mujeres que a veces están solas y sin oficio. Se le enseña costura y se empieza a elaborar productos bajo la marca “Soy Refugio” . Los talleres los proponemos nosotros, pero los ingresos son para las personas que hacen estos productos, y mantenemos también los costos con un porcentaje. Esto enciende la esperanza de que algo se puede hacer, que es lo crucial.