Con el número de refugiados de Johannesburgo se podrían llenar 10 estadios como el de Green Point
Sudáfrica, el primer país africano en el que se celebra un mundial de fútbol, acoge a más de 700.000 personas refugiadas, procedentes en su mayoría de Zimbabue, aunque también de República Democrática del Congo, Ruanda, Burundi y Etiopía. Durante el último trimestre de 2009 el número de inmigrantes en Sudáfrica se ha triplicado. Este país africano ha pasado de 270.671 refugiados y solicitantes de asilo a finales de 2008 a un total de 751.273 en octubre de 2009. El promedio es de unas 5.000 nuevas solicitudes presentadas mensualmente en el Departamento de Asuntos Interiores sudafricano.
Se han estado emitiendo solicitudes de asilo temporales por un periodo de seis meses mientras que se tramita el proceso de solicitud de su condición de refugiados. Es de esperar que después de este tiempo, y una vez finalizado el mundial, perderán su estatuto legal en el país y tampoco habrá oportunidades laborales, por las que se verán de nuevo obligados a regresar a sus países de origen. Se habla ya de la posibilidad de que se produzcan retornos masivos de ciudadanos, especialmente de zimbabuenses.
"No nos preocupa tanto el Mundial. Nos preocupa qué pasará después", asegura Pablo Funes, técnico proyectos en Entreculturas para Sudáfrica. Ciudades como Johannesburgo, Pretoria o Ciudad del Cabo han visto modernizados o construidos de nuevo sus estadios así como desarrollado sus comunicaciones. Mientras tanto, cerca de 550.000 migrantes extranjeros viven en los alrededores, bajo el miedo y la sospecha por no tener documentación, con dificultades para acceder al mercado de trabajo, a la asistencia sanitaria e incluso temiendo por su integridad física.
Y es que bajo la excusa de la oferta de nuevos puestos de trabajo, del desarrollo del turismo y de la apertura al mundo de un país rechazado internacionalmente a causa de un régimen racista como fue el apartheid, Sudáfrica está dejando de lado a una gran parte de sus jugadores. Los que conforman el grueso de la sociedad y las cifras menos halagadoras. Los que sufren por formar parte del país con uno de los índices más altos de desempleo y de mortalidad a causa del SIDA: los que no pueden pagar las entradas para los partidos, precisamente.