Cuando llegamos, no teníamos cama, colchón. Yo dormí mis primeros 5 meses del embarazo en el suelo, en el piso; el espacio era muy chiquito y teníamos que dormir ahí todos juntos, al lado del otro, y ahí mismo estaba la cocina, el baño, bueno, ahí medio dividimos la cosa. Estuve 5 meses ahí de los 8 que tengo de embarazo.
Son las palabras de una de las mujeres que atiende el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en Norte de Santander, departamento colombiano que linda con Venezuela, a través de nuestro programa “En las Fronteras de Colombia”, una zona cuya realidad migratoria contiene muchos elementos claves para comprender lo que, en realidad, es una profunda crisis humanitaria con distintas fuentes. Por un lado la crisis bebe, desde el año 2017, del inicio de la implementación de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno Nacional de Colombia y las FARC-EP, en un país polarizado donde la violencia va tomando nuevas formas pero no se reduce. Y por otro, bebe del recrudecimiento de la situación política y económica en Venezuela, que está generando que un gran número de personas se encuentren en situación de extrema vulnerabilidad y riesgo social, tanto dentro como fuera de las fronteras.
La frontera es puente de unión, pero progresivamente se ha convertido en un espacio en el que se vulneran los derechos de las personas desplazadas y, también, los de la población de acogida, que vive en una situación de desprotección profunda. Las mujeres son las principales víctimas de esta situación, porque son forzadas a huir o desplazarse a lugares donde no hay alternativas productivas para ellas, ni oportunidades de acceso a la educación para sus hijos. De ellas, las mujeres gestantes y lactantes que han migrado se encuentran en una situación de especial vulnerabilidad: desprotegidas por su situación de irregularidad y sin la posibilidad de acceder a los servicios que cubren necesidades básicas.
“Esto ha cambiado mi vida, pues ha sido difícil dejar lo poco que tenemos y llegar a la deriva y embarazada”, explica otra de las mujeres atendidas por el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en Norte de Santander. “Aunque vinimos con la mente preparada para pasar por lo que tengamos que pasar… porque aquí hay más posibilidades que en Venezuela”.
Muchas de las mujeres que se atienden en la zona huyen del miedo y la violencia de su lugar de origen, de la violencia de género que la mayoría sufre, y viven un estrés emocional por la desintegración familiar y el cambio de roles durante el desplazamiento. Son mujeres que han puesto a prueba su capacidad de resiliencia, buscando salir adelante a pesar de las diversas adversidades que han encontrado en su camino, poniendo en riesgo su integridad y la de sus familias. A esta situación, se suman los distintos problemas de salud que afectan a las mujeres embarazadas y lactantes y a sus hijos.
JRS les presta atención desde un acercamiento hospitalario y de acogida, ofreciéndoles asesoría jurídica para exigir sus derechos, acompañamiento en procesos psicosociales, asistencia humanitaria, acceso a controles prenatales y acceso a ciertos tipos de medicamentos.