El Vía Crucis de la escuela

Vía Crucis de la escuela (por Luisa Pernalete)

El Vía Crucis, en la tradición cristiana, es el camino de Jesús a la Cruz, a su muerte. Es un camino de caídas, levantadas, en donde se encontró con gente que le ayudó y, también, con gente que se burló de su dolor. Tras la muerte: la resurrección y la vida.

El Vía Crucis que hoy presentamos es el de una escuela común, de cualquier barriada popular venezolana. Por supuesto, no son estas escenas de dolor las únicas que viven nuestros educadores y educadoras, los alumnos, las familias atendidas, pero si queremos levantarnos, debemos hacer conciencia de los sufrimientos y caídas que se suceden en el recinto escolar, y ojalá que podamos estar nosotros - los educadores - del lado de los que ayudan a Jesús, representado en el rostro de miles de niños, niñas, adolescentes, madres y padres y... también docentes sensibles y preocupados por sus alumnos.

1.- Primera estación: ¡Otra vez estamos sin agua! Parece mentira, Venezuela es uno de los países con mayores reservas de agua dulce en el mundo, pero en muchas escuelas el agua falta con frecuencia, y eso no nos deja trabajar en paz a los maestros, ni atender con calma a los alumnos. Tampoco en la comunidad ha habido agua hoy, ¡pobres madres! ¡Cómo se la habrán arreglado hoy! Ojalá sepamos ser parte del tejido social escuela- comunidad, para enfrentar juntos estos problemas.

2.- Segunda estación: Rux no aprende a leer. Su nombre es criollo, pero es indígena. No habla bien el español. Sus padres se vinieron a la ciudad por falta de oportunidades de estudio en su comunidad. Su maestra sabe que es inteligente, pero se debe sentir muy sola en el salón. ¡Cuántas hay así en América Latina y en Europa! No aceptamos las diferencias y mucho menos las valoramos. Pero sabemos que es posible que los distintos vivamos en paz. Pidamos porque nuestros ojos puedan "escuchar" esos silencios de los diferentes y sepamos envolverlos con miradas que abracen.

3.- Tercera estación: David volvió a faltar a la escuela. No sabemos qué le pasa. Simplemente dice que no quiere venir. Aunque el otro día le manifestó a un compañero que le daba miedo caminar esas dos cuadras desde la parada del autobús, hasta la escuela, "hay muchachos grandes que se meten con uno y le quieren quitar la merienda". La mamá tampoco sabe qué hacer. No es fácil hoy entusiasmar a los adolescentes a venir a la escuela. Hay mucha competencia desleal afuera. A veces ni podemos darnos cuenta de los que faltan, mucho menos de sus miedos. Pidamos para que sepamos comprender antes de enjuiciar a los alumnos que se ausentan.

4.- Cuarta estación: ¡Le volvieron a pegar a Del Valle! Está en segundo grado. Sus padres tienen problemas y la pagan con ella. No sabemos cuántos sufren maltratos en sus casas. No se concentra en el salón. Sus padres también necesitan ayuda. No basta con tener leyes si no se va a las causas, y son tantas... Pidamos porque nuestra piel no se endurezca y no perdamos sensibilidad ante la violencia intrafamiliar.

5.- Quinta estación: ¡Atracaron a la maestra cuando venía a la escuela! No es la primera vez, la violencia anda sobre ruedas: ¡en los autobuses! Los atracos son cotidianos. Hay algunos valientes que se enfrentan, como la maestra Juana el otro día. "No pude aguantarme- contó a sus colegas- eran chamos, de las edades de los nuestros de tercera etapa. Me dio mucho dolor". Es muy arriesgado lo que hizo. Hay otros que renuncian a trabajar en escuelas de zonas peligrosas, ¿cuáles serán las no peligrosas? A pesar de ello, seguimos teniendo educadores y educadoras que se acercan cada día a su salón. Pidamos que nos contemos entre esos que no abandonan.

6.- Sexta estación: ¡Jonny se muda, lo amenazó una banda del barrio! Es el tercero que se nos va este año. Los adolescentes se meten en líos, o se enfrentan a las bandas, o simplemente,... Como le pasó a Jonny. Estaba en el momento equivocado en el lugar equivocado: fue testigo de un asesinato y los de la banda lo vieron. "Si hablas, te quebramos". No se atreve a salir, no se atreve a ir a la escuela. "Mejor me lo llevo", dijo su madre cuando vino a retirarlo. Hay mucha arma suelta en el barrio, hay mucha droga, hay mucho desempleo juvenil, consumismo en esta sociedad que empuja a los jóvenes a conseguir por la fuerza lo que no puede conseguir por otras vías. También hay grupos de jóvenes haciendo caminos de paz, más callados, menos espectaculares, con menos centrimetraje de prensa. Pidamos que estos caminos se multipliquen y se hagan más anchos que los del mal.

7.- Séptima estación: ¡El padre de Julián quedó sin trabajo! ¿Es el desempleo un problema de aprendizaje? Sí, porque todo se vuelve difícil en la casa: los padres se sienten impotentes y les cuesta canalizar su angustia, no hay para cumplir con exigencias de la escuela, los más pequeños no entienden por qué otros tienen y ellos no. Ya lo decía Simón Rodríguez el siglo antepasado: a los alumnos enseñarles cosas útiles y a los papás, darles trabajo, si no los alumnos no aprenden. La pobreza extrema es tremendamente violenta. Por eso la necesidad de ser actores de una educación de calidad que pueda ofrecer herramientas para la vida.

8.- Octava estación: ¡No era talco, era droga! Hoy un niño encontró una bolsita con un polvo blanco en el patio de recreo, pero no era talco, como creyó al principio: era droga. ¿Cómo llegó? ¿Cuántos paquetes más habrán pasado sin que lo hayamos notado en la escuela? ¿A cuántos habrán "enganchado"? El mes pasado un traficante amenazó a un alumno de 11 años: "vendes esto y algo te queda, pero si nos denuncias..." El chico buscó ayuda y nos salió bien la operación. ¡Se salvó uno! Son más los sanos que los "dañados", tenemos que juntar a los primeros para que el dique sea fuerte. Las 5 horas de clase dan para construir ese dique.

9.- Novena: ¡Un arma de fuego en el salón de VII A! Sí, sospechábamos que algo pasaba, pero no sabíamos que era tan grave: ¡un arma de fuego! ¿Qué hace un alumno de 14 años con una pistola en su morral? ¿De dónde la sacó? Nos dicen que en la comunidad hay adultos que "alquilan" armas a los adolescentes, incluso uno nos dijo una vez que hasta policías las alquilaban o las vendían. Claro, ¡nadie sabe nada! -"¡Usted viene y va, profe, pero yo vivo aquí"- me dijo un chamo una vez, cuando investigábamos. Tenemos que lograr un desarme, no sólo de las armas, visibles, sino de las invisibles: la cultura de la violencia que se va internalizando sin que nos demos cuenta y sin pedir permiso. En la iglesia, el domingo, hicieron un acto de desarme de palabras: los niños escribían palabras agresivas y las quemaban, y luego escribían palabras amigables, y se las ponían en la franela. Pidamos que los educadores sepamos utilizar nuestras pizarras, nuestros labios, nuestras manos, para la paz y no para la violencia.

10.- Décima estación: ¡Mataron a Wilmer! Dicen que una bala perdida, pero, están equivocados, ¡no hay balas perdidas!, las balas siempre buscan dañar, herir, matar. Wilmer estaba en una esquina, echando cuentos con otros muchachos. No era tarde, no hacían nada malo, pero dos bandas andaban persiguiéndose por la calle, echando balas como si fueran caramelos, "ajustando cuentas", dirán después los periódicos, cuentas que pagan otros, los inocentes, una de esas balas dio con Wilmer. Como los 8 jóvenes que mataron en enero en El Vigía. "Por equivocación", dijeron. ¿Acaso vivir es una equivocación? La mayoría de las muertes violentas en Venezuela están entre las edades de 15 a 24 años. ¿Qué país es éste en donde los maestros entierran a sus alumnos? No podemos quedarnos como si nada hubiese pasado, no es por Wilmer nada más, es por todos los jóvenes, por los que han muerto y por los que están vivos. La muerte violenta no debe ser vista en la escuela como algo normal. Educamos para la vida. Hay que resucitar en cada acto de indignación frente a la violencia, en cada acción por sembrar la paz.

Luisa Pernalete

Ciudad Guayana, abril 2009